Si Europa debe su existencia política al Imperio Romano y su unidad espiritual a la Iglesia, es decisivo para su cultura intelectual un tercer factor, la tradición clásica, otro de los elementos fundamentales creadores de la unidad europea.
Tenemos una deuda hacia la tradición clásica, aunque no nos lleguemos a dar cuenta de su magnitud para la cultura occidental, pues a lo largo de la historia de Europa, esta tradición ha sido el fundamento constante de la literatura y del pensamiento occidentales.
Roma la difundió al Oeste y en la Edad Media fue una parte integrante de la herencia espiritual de la Iglesia.
Es difícil evaluar la influencia acumulada de una tradición tan continuada y tan antigua. No hay nada en la historia que pueda comparársela. La tradición clásica es helenismo, asumido y difundido por Roma, y el cristianismo la hizo suya, la cristianizó y la transmitió a los siglos siguientes.
Es decir, que tenemos ya tres elementos-clave de la futura civilización europea: helenismo, romanismo, cristianismo. Los dos primeros, fusionados entre sí, forman la tradición clásica, que el cristianismo asimiló y a su vez modeló, alcanzándose de este modo una fusión entre los tres factores. Pero a ellos hay que sumar aún otro más: el aporte de los pueblos bárbaros, en este caso el germanismo, principalmente.