Miqueas, un profeta del siglo VIII, a. C., de Judea, nos ofrece una hermosa oración a Dios en la que le pide que congregue al pueblo disperso (por invasiones). Recuerda los portentos obrados en el pasado al salir de Egipto.
Al final del rezo, alaba a Dios por la gran misericordia que ha hecho al Israel pecador al perdonarle sus transgresiones. Es un momento exultante en el que el profeta le recuerda a Dios (más se la recuerda a sí mismo, y al pueblo). Son líneas emotivas que nos dicen que Dios “volverá a compadecerse de nosotros”. Las malas decisiones traen malos momentos (en el pecado va la penitencia), y hay que saber soportar la situación en la que se ha entrado por propia voluntad, aunque sea errónea. Dios es fiel. Nunca se olvida de lo que promete.
Por eso, el Evangelio, conocido de todos, es otro canto a la esperanza. ¿Qué pecado te sigue torturando en tu recuerdo? ¿No sabes que Dios está esperando para abrazarte? Pues es una pena. Razona detenidamente, hay un peso demasiado pesado para ti. Levántate como el hijo menor, y vuelve humilde a tu Padre. El no preguntará nada. Sólo abrazará y organizará la fiesta de bienvenida a su Iglesia, y a su Amor.
Como dice el anuncio de los turrones, en Cuaresma, vuelve a Dios.