“¡OH ORIENTE, esplendor de la luz eterna y sol de justicia! ¡VEN y alumbra a los sumidos en las tinieblas y en sombras de muerte! (Sal 106, 10)
Al escuchar esta antífona nos puede venir al recuerdo el Cántico de Zacarías, una vez que recupera el habla y está lleno de Espíritu Santo, en la parte que dice “por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte”.
Evidentemente, identificamos “Oriente” con la expresión “el sol que nace de lo alto”. Podemos pensar en el amanecer, momento de la jornada en el que rompe el día viendo el surgir del sol desde el oriente, desde el amanecer.
Los cristianos, desde antiguo, han visto en este acontecimiento una relación con la Resurrección.
Para nosotros, en este contexto de preparación próxima del Nacimiento, entendemos que la manifestación en carne mortal del Hijo del Dios Altísimo supone un nuevo amanecer que, más que inaugurar un nuevo día, inaugura los nuevos tiempos, una nueva era, los tiempos del Mesías. En el Niño vemos un “amanecer” muy necesario para los que caminamos sombríos y abatidos por el peso de las sombras de muerte.
Esta antífona quinta, asimismo, recoge una expresión que Zacarías hubo de entresacar del Salmo 106 en la parte que se refiere a unos cautivos o encarcelados. En esa parte, el Salmista recoge como Dios no desampara al que le pide auxilio.
Pidamos auxilio al Niño Dios que viene, con la inauguración de una nueva era, a darnos la posibilidad de inaugurar una nueva vida personal.