Con estas expresiones se entiende, en sentido estricto, a aquellos autores cristianos antiguos,
- ANTERIORES AL AÑO 750, según una fecha convencional pero que tiene su razón de ser, que poseen, además,
- ORTODOXIA DE DOCTRINA,
- SANTIDAD DE VIDA,
- y la APROBACIÓN AL MENOS TÁCITA DE LA IGLESIA.
Se aplica, en cambio, el nombre de “escritores eclesiásticos” a los que carecen de algunas de las tres últimas características; de entre ellos, algunos pueden ser hasta decididamente heréticos; no por eso dejan de interesar, pues a menudo nos ayudan a entender no solo la ocasión, sino aun el mismo alcance de las afirmaciones ortodoxas de la época.
Como se puede ver, la antigüedad es una característica común a unos y a otros, y es tanto más importante cuanto mayor sea, pues a causa de ella son testimonios de la fe y de la Tradición en aquellos primeros siglos en que se fija el dogma y nace la teología.
Algunos de los Padres de la Iglesia en sentido estricto reciben desde antiguo el nombre de “doctores de la Iglesia”. En ellos, junto a las otras características propias de los “Padres”, se da una ciencia eminente y una declaración explícita por parte de la Iglesia.
Tradicionalmente se suelen considerar bajo este nombre ocho Padres, cuatro de la Iglesia occidental (San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno) y cuatro de la oriental (San Atanasio, que, sin embargo, no es considerado como tal por los orientales, San Basilio el Grande, San Gregorio de Nacianzo y San Juan Crisóstomo).
En tiempos más cercanos a nosotros han sido oficialmente declarados doctores de la Iglesia otros santos de doctrina eximia, pertenecientes tanto a la época de los Padres (así, San Isidoro de Sevilla, San Juan Damasceno y muchos otros) como a otras posteriores y en los que no se da, por tanto, aquella nota de antigüedad (así San Antonio de Padua y Santa Teresa de Jesús, por poner dos ejemplos de los muchos que se podrían elegir).