Desde hace siglos, los fieles católicos, ante epidemias, pestes, enfermedades, han encontrado protección y consuelo en diferentes devociones. Una de ellas es la de los “14 SANTOS AUXILIADORES”, a cuya protección se acogieron especialmente las víctimas de la Peste Negra en el siglo XIV.
Era tal la devoción que hasta se instituyó una fiesta litúrgica para agruparlo, además de conservar las memorias de sus festividades que se seguirían celebrando. Esa fiesta conjunta era el 8 de agosto. Estos 14 santos se le consideraba de una ayuda tal en momentos de gran necesidad y, por supuesto, para la protección de los fieles ante el peligro de epidemias.
Los 14 “Santos auxiliadores” eran:
- San Jorge, valiente mártir de Cristo;
- San Blas, celos Obispo y benefactor de los pobres;
- San Erasmo, poderoso protector de los oprimidos;
- San Pantaleón, milagroso ejemplo de caridad;
- San Vito, protector especial de la castidad;
- San Cristóbal, poderoso intercesor en los peligros;
- San Dionisio, brillante espejo de fe y confianza;
- San Ciriaco, terror del infierno;
- San Acacio, útil abogado en la muerte;
- San Eustaquio, ejemplo de la paciencia en la adversidad;
- San Gil, despreciador del mundo;
- Santa Margarita, valiente campeona de la fe;
- Santa Catalina, victoriosa defensora de la fe y la pureza; y,
- Santa Bárbara, poderosa patrona de los moribundos.
La fiesta se consideraba poderosa en nombre de todos ellos, especialmente, cuanto más se padecía una gran enfermedad, angustia, tristeza, o cualquier tribulación en la que estuviere alguien.
Se vivía hondamente en favor de los encarcelados y detenidos, en nombre de los comerciantes y peregrinos, por aquellos que habían sido condenados a muerte, por los que padecían la guerra, por las mujeres que luchaban en un parto, o ante un aborto espontáneo, por el perdón de los pecados, y por los difuntos.
La tradición decía que cada uno de estos santos recibió de Dios una promesa especial de que su intercesión sería particularmente efectiva en favor de sus devotos.