La avaricia, dicen los santos, se escoden. Es su peor artimaña. Nadie se reconoce como tal, al contrario, siempre se busca más para añadir al montón. SÓLO DIOS PUEDE LLENAR LA VIDA.
Los deseos naturales, básicos, tienen fin; los que nacen de una falsa opinión son infinitos.
La raíz de todos los males es el amor al dinero. De aquí brotan los engaños, de aquí surgen las guerras; de aquí nacen las traiciones.
La avaricia llena la tierra da ladrones, de desórdenes, de asechanzas, de injusticias.
No se trata de no tener riquezas, si Dios la ha dado, sino que se tengan sin haberlas robado, sin dañar a nadie, sin negocios sucios, sin ansiedad ni preocupación excesiva. Incluso, hay que estar dispuesto a perderlas si Dios lo ha dispuesto.
Haríamos bien en buscar riquezas verdaderas que hacen al hombre mejor, al fin y al cabo, el Reino de Dios está dentro de nosotros.
Tenemos mucho que despreciar. Hay que refrenar la codicia y tenerla “encadenada”, para que nos acostumbremos a practicar la pobreza, la sobriedad, la frugalidad, y a valorar las cosas por su utilidad.