Ante todo, quede esto por sentado: El Hijo de Dios se hizo hombre para redimir a los hombres, afirmación que se hace en atención a la cita de la Sagrada Escritura: “Le pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21).
La ‘Redención’ puede entenderse en sentido objetivo y subjetivo.
Redención objetiva: es la obra del Redentor. Tiene como fin salvar a los hombres de la miseria del pecado. El pecado lo explicamos como una AVERSIÓN A DIOS y una CONVERSIÓN A LA CRIATURA, de ahí se sigue que la Redención sería en el apartamiento de la criatura y en la conversión a Dios.
Redención subjetiva: es la realización de la Redención en cada uno de los hombres, o la aplicación de sus frutos a cada uno de ellos. También llamada “justificación”.
Se distinguen dos facetas:
Negativa: liberación del señorío del pecado, y de todos los males que forman su séquito (servidumbre del diablo y de la muerte), también llamado “rescate”.
Positiva: restauración del estado de unión sobrenatural con Dios, que fue destruido por el pecado, también llamado “reconciliación”.
Finalmente, la “redención objetiva” se llevó a cabo por la labor docente y orientadora de Cristo, pero sobre todo por su satisfacción vicaria y por sus merecimientos en el sacrificio de su muerte en la Cruz. Por la satisfacción quedó compensada la ofensa inferida a Dios por el pecado y su agraviada honra fue reparada.
Esos méritos, que dan la salud sobrenatural, se habrán de distribuir por la “redención subjetiva”, que ya depende de nuestras disposiciones personales.