401
- Por su interés recomendamos la lectura atenta de este artículo, especialmente en estos días que parece agravarse la situación pandémica.
- A través de una serie de estudios, se observa como una parte de la psiquiatría, por medio de ciertas psicoterapias que favorecen la salud mental ante la agresividad de la situación que hemos de vivir, busca fomentar la vida de fe en aquellos que admiten tenerla, como medio de estabilidad mental, que ayude a evitar el consumo de alcohol o drogas, que impida considerar el suicidio.
Después de casi dos años, esta pandemia con sus variantes y sus nuevas olas sigue poniendo a prueba nuestra resistencia física y psíquica. A este respecto, el psiquiatra y profesor asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, David H. Rosmarin, publicó en el mes de junio un artículo en Scientific American, Psychiatry Needs to Get Right with God (la Psiquiatría necesita estar a bien con Dios), en mi opinión, de gran actualidad en estos nuevos picos de la pandemia, donde desvela unos datos y reflexiones muy interesantes y aboga por una reconciliación de la psiquiatría con la religión y la espiritualidad, lo cual tiene un impacto positivo en la salud mental, algo cada vez más necesario para mantener el ánimo en esta lucha contra la COVID-19.
El artículo comienza citando un estudio de la economista Jeanet Bentzet de la Universidad de Copenhague, que examinó las búsquedas en Google de la palabra «oración» en 95 países, alcanzando un máximo mundial sin precedentes en marzo de 2020, en paralelo con el máximo número de casos identificados en cada país. Asimismo, se constata que según el Pew Research Center, el 55 por ciento de los estadounidenses oraron para poner fin a la propagación del nuevo coronavirus en marzo de 2020 y casi una cuarta parte informó que su fe había aumentado el mes siguiente, a pesar del acceso limitado a los lugares de culto. Para el autor del artículo estos datos no solo son tendencias sociológicas interesantes, sino también clínicamente significativas, afirmando que han sido históricamente desechadas por los psiquiatras. En línea con lo anterior, se menciona un programa piloto del Hospital McLean en Massachusetts cuyos resultados indican que prestar atención a la espiritualidad es un aspecto crítico de la salud mental.
Seguidamente, el doctor Rosmarin describe sus experiencias personales clínicas. En 2017 su equipo multidisciplinario de médicos, investigadores y capellanes sobre salud mental crearon el grupo «Psicoterapia espiritual para tratamiento intensivo, residencial y para pacientes hospitalizados (SPIRIT)» que evaluó a mas de 5.000 personas y cuyos resultados sugieren que la psicoterapia espiritual no solo es factible sino muy deseada por los pacientes. Dentro de esta espiritualidad están incluidas las diversas religiones.
«En 2020 la salud mental de los estadounidenses se hundió al punto más bajo de la historia: la incidencia de trastornos mentales aumentó en un 50 por ciento en comparación con antes de la pandemia, el abuso de alcohol y otras sustancias aumentó, y los adultos jóvenes tenían más del doble de probabilidades de considerar seriamente el suicidio que en 2018. Sin embargo, el único grupo que vio mejoras en la salud mental durante el 2020 fue el de aquellos que asistieron a servicios religiosos al menos semanalmente (virtualmente o en persona): el 46 por ciento de ellos informa tener una salud mental «excelente» en la actualidad frente al 42 por ciento hace un año. Como escribieron el exrepresentante del Congreso Patrick J. Kennedy y el periodista Stephen Fried en su libro A Common Struggle, «los dos tratamientos más subestimados para los trastornos mentales son ‘el amor y la fe’».
Para el autor del artículo no es de extrañar que el 60 por ciento de los pacientes psiquiátricos quieran hablar de su espiritualidad durante el proceso del tratamiento, sin embargo, según él, «los psiquiatras rara vez brindamos esa oportunidad. Los esfuerzos actuales para aplanar la curva de salud mental de la COVID-19 han sido casi por completo seculares. El extenso conjunto de recursos para el consumidor de la Asociación Estadounidense de Psicología no menciona la espiritualidad. De más de 90.000 proyectos activos actualmente financiados por los 27 institutos y centros dentro de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU., menos de 20 mencionan la espiritualidad en cualquier parte en abstracto y solo un proyecto contiene este término en su título».
El Dr. Rosmarin cita el caso de uno de sus pacientes, una mujer de 22 años, aparentemente apartada de su religión, que presentó un aumento en la depresión y ansiedad. Dijo sentirse «derrotada» y que estaba perdiendo la esperanza de mejorar alguna vez. «Mi investigación me ha enseñado que muchas personas seculares creen en algo y, por lo tanto, evalúo la espiritualidad con todos los pacientes, independientemente de su afiliación religiosa o la falta de ella. En ese contexto, esta paciente en particular me contó que creía en Dios. En el transcurso de solo tres sesiones focalizadas sobre estas ideas sobre su espiritualidad, llegó a una sensación de mayor esperanza, de poder superar los desafíos de su vida y sus síntomas de depresión comenzaron a disminuir».
«Innumerables anécdotas de esta naturaleza ocurrieron durante un ensayo clínico reciente de un año de SPIRIT que mi equipo de investigación completó con fondos del Bridges Consortium. Más del 90 por ciento de los pacientes informaron haber experimentado algún tipo de beneficio, independientemente de su afiliación religiosa».
Con todos estos datos, parece claro que la religión y la espiritualidad pueden ser beneficiosas para la salud mental, aunque oficialmente no se reconozca así y la mayoría de los psiquiatras y organizaciones del ramo no lo consideren. No se trata de convertir a nadie, ni de imponer nada, ni que creer en Dios, la religión o la espiritualidad sean una receta. Se trata de abrir la puerta, de aumentar las posibilidades, de incrementar las opciones para que, basados en las investigaciones y en los hechos antes descritos, la ciencia se abra y la exploración científica se concilie con la espiritualidad y se pueda incluir en los tratamientos para mejorar la salud mental. Los pacientes merecen tener esta opción.
Ciertamente, estos datos presentados se basan en investigaciones en EE. UU., no en Europa, pero no parece que hubiesen sido muy diferentes, más bien al contrario, especialmente en Europa occidental, donde hablar de religión y espiritualidad en ambientes científicos y sociales se ha convertido en un verdadero tabú, como si estuviera prohibido hablar de ello.
Como en una guerra, esta lucha contra la pandemia debe considerar todos los recursos a disposición del Estado, todos los medios y aspectos de la ciencia, pero sin cerrar la puerta a la dimensión espiritual de la persona, como factor de equilibrio tan importante en los momentos que vivimos.
- Carlos Alonso Ausin es coronel retirado y exfuncionario de NNUU en Nueva York
Fuente: Artículo publicado en www.eldebate.com