Que Cristo es Rey es una doctrina revelada a lo largo de todas las Escrituras, como dice Pío XI.
El Papa ha dicho que el título de Rey dado a Nuestro Señor no es metafórico, no es solamente un reconocimiento honorífico o simbólico de su excelencia: El es Rey de las inteligencias por ser la Verdad, de las voluntades por ser Santo, de los corazones por ser la Caridad.
Es cierto que lo es, pero su realeza tiene un sentido propio: el suyo es un reino real de un Rey que tiene en Sí los atributos de todo Rey. Si aquellas propiedades (Verdad, Santidad, Caridad) lo son de Cristo por su divina naturaleza, es por su Encarnación que recibió del Padre la potestad, el honor, y el reino, como atestigua el profeta Daniel.
Este reconocimiento es en razón de su humanidad, pues Cristo es Rey en tanto Dios y en cuanto hombre (QP 4-5).
Cristo Rey, por lo tanto, no es una forma de decir, no es una figura literaria sin correlato real, no es una afirmación de tiempos pasados, o de épocas oscuras. No es un mito. No es la leyenda de un Pantocrátor absolutista y terrible. Cristo Rey es una verdad de fe, que en todo tiempo ha sido dicha, porque ha sido creída desde que fue revelada.
Conviene ahondar en los fundamentos de la Realeza de Jesucristo.
Ya los hayamos en el Antiguo Testamento. Así, el profeta Daniel anunció la venida del Hijo del hombre. Al relatar una visión nocturna, nos dice haber visto venir en las nubes del Cielo a uno “como hijo de hombre” que allegándose “al anciano de muchos años”, le fue presentado, y recibió de El “el señorío, la gloria y el imperio”, luego de lo cual lo sirvieron “todos los pueblos, naciones y lenguas”, siendo su dominio eterno, “que no acabará nunca”, y su imperio “nunca desaparecerá” (Dan 7, 13-14).
Otro profeta, Isaías, recoge los atributos divinos y humanos del Mesías, con nombre propios: niño recién nacido, maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz, que tiene la misión divina de dilatar el imperio y traer una paz ilimitada, sobre el trono de David y sobre su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y la justicia desde ahora para siempre jamás (Is 9, 6-7).
El bello Salmo 2, describe y ensalza al Ungido, el Hijo del Padre, que ha recibido en herencia las naciones y ejerce su dominio hasta los confines de la tierra, sometiendo a las potestades terrenales. Y el maravilloso Salmo 45 ve en el Rey la hermosura y la gracia, Rey poderoso y victorioso “por la verdad y por la justicia” (v. 5), que tras vencer a los enemigos se sienta en su trono de eternidad. Su cetro es vara de justica y ante él se inclinan los poderosos del mundo por siempre.