Es evidente que la Iglesia –dejando a un lado intervenciones históricas, en el ámbito de la sociedad civil, que sólo pudieron justificarse por razones de suplencia, o que, en determinados casos, respondían a concepciones equivocadas sobre su misión en la esfera temporal- no tiene una misión de orden político, económico o social. Toda asimilación de la Iglesia a una fuerza u organización política, social o sindical, cualquiera que sea la concepción teológica en que pretenda inspirare, falsea su naturaleza específica y altera la misión que Dios le señaló. Pero esto no quiere decir, ni mucho menos, que dl cumplimiento de su misión religiosa no se deriven ‘funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana, según la ley divina” (GS 42, 2). Más aún, como afirmó el propio CVII, en otro Documento ‘… la obra redentora de Cristo, aunque de suyo se refiere a la salvación de los hombres, se propone también la restauración de todo el orden temporal. Por ello, la misión de la Iglesia no es sólo ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de cristo, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico’”.
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