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- Una madre y una maestra miran por el bien del hijo y del discípulo, aun a sabiendas de poner en riesgo la amistad. Eso es la Iglesia
Ahora que ha finalizado la JMJ y Twitter (el de los católicos, por lo menos) está algo más tranquilo, creo conveniente recordar que la Iglesia es madre y maestra.
Que es madre significa que acoge a todos, igual que una madre pone plato en la mesa para todos sus hijos. Y todos es todos. Quienes atienden a los enfermos y quienes los asesinan, quienes respetan lo sagrado y quienes lo banalizan, incluso hay sitio para quienes abusan de menores, aunque sea en la cárcel, facilitándoles un sacerdote que pueda asistirlos y administrarles los sacramentos.
Pero que quepan todos no significa que sus miserias y sus pecados sean bendecidos. ¡Dios nos libre de una madre que nos baile el agua! Sería una mala amiga y no una buena madre.
Y a veces tengo la impresión de que algunos utilizan las palabras del Papa: «Todos, todos, todos» para justificar una vida de pecado, pensando no solo que en la Iglesia hay sitio para ellos (¡faltaría más!), sino que su situación irregular es aceptada y bendecida (cosa que no haría nunca una buena madre). Una madre no es colega de sus hijos.
Y una madre también es maestra, y un buen maestro debe ofrecer principios sólidos sobre los que poder cimentar la vida. El discípulo necesita certezas.
Y el maestro, que conoce la importancia de su misión, unas veces es severo y corrige y reprende y otras es magnánimo y felicita y elogia, pero siempre está dispuesto a enseñar y a dar un buen consejo.
Y son muchas las tentaciones a las que debe enfrentarse un maestro. Una muy común es la de sucumbir a los fuegos de artificio para que los alumnos le presten mayor atención.
El maestro debe confiar en que lo que enseña tiene suficiente interés e importancia como para no necesitar adornarlo. Porque si lo adorna en demasía, el mensaje que transmite a sus discípulos es: «Lo mío no es tan interesante como los fuegos de artificio.»
Y eso, aparte de ser poco honesto porque es no ir de cara con lo que ofrece, hará que los discípulos opten por los fuegos de artificio.
Creo que estas dos ideas son claves para entender qué es la Iglesia, que ni va de colega que nos ríe las gracias, ni va de maestra que nos enseña lo que a nosotros nos apetece escuchar.
Una madre y una maestra miran por el bien del hijo y del discípulo, aun a sabiendas de poner en riesgo la amistad. Eso es la Iglesia. Tiene claro que la meta es el cielo, no una buena relación. Y a nosotros, que también somos Iglesia, nos conviene recordarlo siempre y en todo lugar: en la Jornada Mundial de la Juventud, en Twitter, en casa, en el barrio, en el trabajo y en la parroquia.