Publicado por Álvaro Gil Ruiz | Sep 14, 2024 | Opinión, Publicaciones | 0
Imágenes de Mayo francés (1968). La autocensura florece por la siembra previa de lo políticamente correcto en nuestra sociedad.
La palabra inglesa woke significa estar despierto, pero desde hace años se usa con el significado de tener conciencia sobre problemas de justicia social, racial, de género y de identidad. La cultura woke es una protesta que no propone soluciones; una especie de activismo rebelde. Hay muchos elementos implicados: dignidad humana, libertad, bien común, respeto a las minorías/mayorías, marxismo, presión LGTBI/Queer, racismo, hedonismo, postmodernidad… Numerosas implicaciones con la Bioética, por lo tanto.
Traemos a nuestro blog la reseña de un libro publicado recientemente en el que se desarrolla la tesis, avalada por varios autores, que la cultura woke nace de una respuesta tardía a la cadena de protestas estudiantiles, principalmente universitarias, y posteriormente sindicales que se llevaron a cabo en Francia y, especialmente, en París durante los meses de mayo y junio de 1968.
Se habla mucho de la cultura woke como una realidad que cancela otras realidades. Este fenómeno se lleva a cabo de muchas maneras, en ocasiones con la crítica pública, pero en tantas otras con la autocensura, que florece por la siembra previa de lo políticamente correcto en nuestra sociedad; a los ojos de minorías que se victimizan si no se cumplen sus ideales.
El espejismo cultural no está en que no se puedan defender las minorías, algo que es justo y necesario, sino en cómo éstas quieren imponer a la sociedad sus parámetros, justificados por los abusos que han sufrido. En su argumentación les avala su “derecho adquirido” por ser un colectivo humillado, para poder decir lo que es correcto socialmente y a “bloquear” a los que no están con ellos. Es decir, su modo de actuar viene legitimado por padecer durante mucho tiempo injusticias sociales que permiten esa moralidad en la corrección o supremacía ética para cancelar.
Todo esto viene de una percepción subjetiva que busca la autorrealización y los intereses personales, de minorías o colectivos, por encima del bien común. Pero no sabemos la explicación de la génesis de este fenómeno instalado en nuestra sociedad. ¿De dónde viene la cultura woke? ¿Dónde han alcanzado este poder estas minorías? ¿Cuál es la gestación y desarrollo de este movimiento?
Las respuestas a estas preguntas las contesta Pablo Pérez López, doctor en historia por la Universidad de Valladolid y catedrático de Historia contemporánea en la Universidad de Navarra, en un breve ensayo titulado De mayo del 68 a la cultura woke, de la editorial Palabra. En él desarrolla su tesis, avalada por varios autores: la cultura woke nace de una respuesta tardía a mayo 68.
Aunque pueda parecer algo inconexo o un intento fallido de revolución el episodio francés, es al revés, el supuesto fracaso es un éxito de efectos retardados. La relación entre ambos hechos no es evidente, pero es más cercana de lo que se muestra en apariencia. En este libro el autor razona esta estrecha unión.
Portada del libro de Pablo Pérez López. Ed. Palabra, 2024.
La cultura woke nace de una respuesta tardía a mayo 68
En esta obra se explica cómo la rebeldía y las protestas que sucedieron durante estos momentos históricos se torna actualmente en una cancelación de las minorías sobre las mayorías. Higinio Marín ayuda en esta explicación diciendo que la juventud triunfante del 68 es olímpica: Quieren vivir como los dioses del olimpo, sin restricción moral alguna, solo atentos al reclamo de su capricho y luchando por él con toda la intensidad de que son capaces.
Por eso Pérez López dice en su obra, matizando a Cohn-Bendit, que no perdieron políticamente, vivieron un triunfo político retardado. Que básicamente llevó a la transformación de los hábitos y a la consideración de lo sexual en la sociedad. La nueva cultura sería la transgresión, especialmente en materia sexual.
Esta revolución lleva a buscar el placer por encima de la comunicación íntima e interpersonal que es el sexo. Y también a olvidar que es una manifestación de amor, afecto y compromiso. Fenómeno que lleva al individualismo, a la autorrealización y al bienestar, por encima de otras realidades. Proceso que culmina y lleva al “narcisista” a preguntarse ¿cómo me siento? Lo demás le da igual. Esto supone fragmentar la sociedad y cancelar todo aquello que impide llevar hasta el extremo esta nueva perspectiva, como explica este pensador.
Toni Judt, historiador inglés de tradición judía, en la última obra que publicó, Ill Fares the Land, traducida como Algo va mal, resume muy bien la deriva de las políticas sesentaochentistas, en uno de sus párrafos: «Así, la política de los setenta desembocó en un agregado de reivindicaciones individuales a la sociedad y al estado. La “identidad” empezó a colonizar el discurso público: la identidad individual, la identidad sexual, la identidad cultural. Desde ahí solo mediaba un pequeño paso para la fragmentación de la política radical y su metamorfosis en multiculturalismo (…).»
Podríamos decir que esta coronación del individualismo y de la autorrealización cultural de las minorías, nació tardíamente en forma de bebé adolescente identitario, con celos de hermano menor, de tal manera que todo lo que interfiera en sus intereses narcisistas es “lloriqueado”, para luego después ser bloqueado o cancelado, por parte de Papá Sociedad. Igual que todo lo que no posee es envidiado y sustituido por neologismos. La lectura de este libro es más que recomendable, ya que explica al detalle cómo de aquellos polvos vienen estos lodos, que nos impiden crecer como sociedad.