Santiago Cantera, prior del Valle de los Caídos: “Desde niño he deseado la gracia del martirio”
¿Cómo llegó a la vida religiosa?
Ya de niño sentí la llamada a raíz de conocer a unos cistercienses. Saltó una chispa que con el tiempo fue creciendo. Viví un noviazgo, hice mi servicio militar y fui a la universidad… Hasta que descubrí plenamente la llamada del Señor a la vida monástica, concretamente en los benedictinos, una vida contemplativa donde hay también un cierto apostolado, como el que se hace en el Valle de los Caídos con la atención pastoral en la basílica, la escolanía y las hospederías.
¿En qué momento lo vio así de claro?
Tras el doctorado trabajaba como profesor en la Universidad CEU San Pablo. Hice unos ejercicios espirituales ignacianos durante un mes y hubo un toque evidente de la gracia. Vi una llamada a entregar mi vida, a hacer partícipes a los demás de ese amor entre Dios y yo, a orar por toda la humanidad. Me tocó muy especialmente una llamada al amor de reparación, a dar mi amor a Dios por todos los que no le aman.
En estos años ha recibido muchos ataques. ¿Cómo lo ha llevado?
Fundamentalmente, abrazado a la cruz. Vivimos junto a la cruz más grande del mundo. El cristiano descubre el sentido de la vida en la cruz, y el abrazarse a ella en estos momentos duros da un sentido trascendente y sabe que, unido al misterio redentor de Cristo, ese dolor ofrecido tiene un valor positivo para la salvación de la humanidad y para reparar ese desamor hacia Dios. Esa es mi experiencia.
¿Es la cruz lo más odiado del Valle de los Caídos?
Así se está viendo. En España existe odio a la cruz. Ha habido declaraciones de medios de comunicación y de políticos que han pedido explícitamente el derribo de esta cruz. Se nota que la cruz es un signo de contradicción. El mismo Jesucristo es signo de contradicción entre los hombres porque trae un mensaje de verdad y de amor, y muchos lo rechazan.
En la basílica hay numerosos mártires enterrados. ¿Qué nos enseñan?
Aquí tenemos 70 beatos y 44 siervos de Dios. Nos enseñan tres cosas. Lo primero es la firmeza de la fe, pues tuvieron la oportunidad de renegar de Cristo para salvar sus vidas. El martirio es una gracia que suele venir preparado por una vida de santidad previa. También nos muestran una serenidad y una mirada trascendente de la vida. ¡Cuántos de ellos se despedían en sus cartas con un “hasta el Cielo”! ¡Cuántos decían a sus familiares: “No llores por mí, voy al Cielo”!
¿Y la tercera?
El sentido del perdón. Murieron sin odio a los verdugos. Y muchos expresaron un perdón explícito: “Os perdono, rezo por vosotros, no os deseo el mal…”. Ese perdón nace de Cristo hacia sus propios verdugos.
¿Estaría dispuesto a ser mártir?
El martirio blanco de algún modo ya nos toca vivirlo. Pido a Dios que me dé el valor de defender la fe y su Santo Nombre. El martirio de sangre es una gracia. Desde niño he pedido en varias ocasiones morir mártir. Yo lo desearía porque es un paso directo al Cielo. Pero en última instancia es Dios quien concede esta gracia.
Ante los ataques que recibimos, ¿dónde está la línea entre “poner la otra mejilla” y defendernos?
Hay que distinguir entre el ámbito personal y la defensa de la fe propiamente dicha. En lo personal, el cristiano puede aceptar el sufrimiento por el ataque, pero en la defensa de la fe tiene que ser firme aunque conlleve la muerte.
¿Qué hemos hecho mal los cristianos para que la fe esté tan arrinconada?
Hemos buscado asimilarnos tanto al mundo que nos ha comido. Quizá hemos querido a veces evangelizar pensando que adaptándonos al pensamiento que se nos impone vamos a conseguir atraerlo, y sucede todo lo contrario: el mundo nos absorbe. El cristiano tiene que estar en el mundo, pero no es del mundo. No podemos servir a dos señores. Si sucumbimos ante el mundo, mundanizamos el mensaje de Cristo y no cristianizamos la sociedad.
¿Hay motivos para la esperanza?
Claro. El creyente sabe que las realidades que vive en este mundo no se terminan aquí. Por muy mal que estemos, el triunfo final será de Cristo. Lo bonito es que de esta historia ya conocemos el final. Sabemos quién gana.
¿La “opción benedictina” implica repliegue o misión?
La opción de san Benito no fue un repliegue por huir de una civilización que se hundía, sino una búsqueda intensa de Dios. Puede haber momentos en que haya que replegarse para retomar fuerzas y formar vínculos de comunidad para, desde ahí, poder irradiar la fe. Pero el cristiano no puede hacer una huida sin más. Siempre tiene la misión de evangelizar con los medios a su alcance.
¿Qué cree que urge más hoy: la acción o la contemplación?
¿Cómo empieza Cristo su vida pública? Con 40 días de retiro, oración y penitencia en el desierto. Es necesario que la oración y la contemplación precedan a la acción. Una acción sin oración está llamada al fracaso, se convierte en mero activismo, porque en oración comprendemos el sentido de la acción.
¿Sigue llamando Dios a esta vida?
Sí. Aquí hay seis jóvenes menores de treinta años. La vida monástica ha mantenido una vigencia permanente hasta hoy y la tendrá hasta el final de los tiempos.
Además, albergan una escolanía.
Es un colegio de niños cantores. Nació por motivos litúrgicos para solemnizar el culto divino en la basílica y ha adquirido fama internacional. Aporta a los niños una formación integral, en su vida espiritual y en su formación académica.
El cuidado de la música y de la liturgia son centrales en su orden. ¿Por qué?
La liturgia es el culto que damos y debemos a Dios, y realmente es “el Cielo en la tierra”. De ahí el cuidado también de un canto que llega al alma, que nace del alma y que se alimenta fundamentalmente de textos de la Sagrada Escritura o de la rica Tradición de la Iglesia. La liturgia y el canto litúrgico nos ayudan a contemplar la belleza absoluta de Dios.
Hoy el mundo está tomado por el ruido y la inmediatez. ¿Qué puede enseñarnos la vida de los monjes?
Una desconexión de la sobreabundancia de noticias da una visión más trascendente para ver precisamente lo que ocurre en el mundo. El ruido y las prisas roban mucho a la interioridad del hombre, le dificultan que pueda tener momentos para entrar en su interior y saltar hacia el conocimiento de Dios. De hecho, el bullicio nos hace volcarnos hacia lo exterior, hacia lo ajeno. Cuando el hombre se detiene, trasciende de sí mismo y en ese silencio descubre la presencia de Otro que le da respuesta a todo.
¿El ora et labora es aplicable fuera del monasterio?
Sí. Hay que buscar momentos en el día para volver el corazón hacia Dios, para la Misa y para alguna devoción. Y a lo largo de la jornada elevar jaculatorias y ofrecimientos para tener presencia constante de Dios. El labora se da viviendo el trabajo como algo que se hace por amor a Dios, para el bien del alma y de los demás. Esto da al trabajo una visión trascendente.
Para acabar, ¿qué santos le han ayudado más en su vida?
Sin duda, la Santísima Virgen y san José. Luego santos monásticos como san Benito; San Bernardo de Claraval, a quien tengo una devoción especial; san Rafael Arnáiz, cuyos escritos me ayudaron en el camino vocacional; y san Bruno, fundador de los cartujos. También mi santo ángel de la guarda y el arcángel san Miguel.
LA REGLA DEL MONJE
“Llevar una vida con una regla, como la de san Benito, favorece en los monjes la estabilidad emocional, pero también la psíquica. El tener un ritmo en el día y una vida ordenada favorece en nosotros un equilibrio en todos los ámbitos. En este caso, gana más el monje que el hombre que vive en el exterior con tanta inmediatez y ruido”.