Dentro del “temporal”, el domingo o celebración semanal de la Pascua del Señor (que es histórica y teológicamente el núcleo de todo el año litúrgico) y el TRIDUO SACRO descuellan sobre todo lo demás; pues el domingo es la cumbre de la semana y el TRIDUO SACRO la cumbre del año litúrgico.
Tienen también importancia especial los tiempos fuertes de Adviento, Cuaresma y Pascua, que son considerados como “tiempos fuertes”.
Según esto, puede afirmarse que el Misterio Pascual de Cristo, realizado en la plenitud de los tiempos y prefigurado a lo largo de la historia de Israel, es el eje de la historia de la salvación y el punto al que siempre remite cualquier acción cultual.
Su reactualización por medio de los sacramentos, especialmente el de la Eucaristía, da cauce a la intervención permanente de Dios en la historia salvífica. Los sacramentos, celebrados a lo largo del año litúrgico, articuladas en un conjunto de fiestas y ciclos, constituyen un auténtico “tiempo de salvación”. Por ello, el año litúrgico es, no una unidad “temporal”, sino “salvífica”.