Los judíos celebraban ya la fiesta de las “Semanas” o Pentecostés, o “Shabuot”. La celebraban a los CINCUENTA días de haber atravesado el Mar Rojo. Es día, Dios les dio la Ley (Torah) en el Sinaí.
Es la fiesta de las “Semanas”. Algunos, también, la llamaron fiesta de los “Juramentos”, expresión muy relacionada, evidentemente, con el concepto de… ALIANZA. Así, pues, sería fiesta de la Alianza, de la RECEPCIÓN DE LA LEY (TORAH) sobre el Sinaí. Es un verdadero MEMORIAL, con todo lo que ello implica. Los judíos, en cada fiesta “Shabuot” renovaban el don de la Ley al pueblo.
También era una fiesta agrícola, pues coincidía con las primicias de la siega que se ofrecían en el Templo (bikkurim).
Pentecostés representaba la plenitud total para los judíos. Cincuenta días venían siendo siete semanas más un día. Ese día que se suma a mayores (el 50) es el número del Paraíso. Sería como nuestro “octavo día”. De hecho, hay un octavo día, después de siete semanas de siete días.
Pentecostés es el CULMEN.
Ya sabemos que el número 7 es número de plenitud para los judíos. Hace referencia a los días de la Creación y al séptimo día, el “shabbat”, viene el REPOSO.
Por tanto, Pentecostés, “shabuot” … celebra la plenitud y el culmen de la obra divina. Sería como celebrar ya la CONCLUSIÓN de la salvación.
Para nosotros, cristianos, Pentecostés es el don del Espíritu Santo, es el cumplimiento de la obra de salvación realizada por Jesucristo. La Resurrección NO es eficaz en los cristianos sin el don del Espíritu del Resucitado en el corazón de los creyentes, ya que es este don el que hace presente y actual el acontecimiento de la Resurrección en nuestras personas y vidas. El don del Espíritu Santo es la coronación de toda la obra de salvación cumplida en Jesucristo.
Éste es, pues, el significado más profundo del Pentecostés cristianos: EL CUMPLIMIENTO DE LA OBRA DE CRISTO Y LA PLENITUD MISMA DE DIOS EN NOSOTROS A TRAVÉS DEL DON DEL ESPÍRITU SANTO.
En el Cenáculo, en Jerusalén, vino sobre los Apóstoles y la Virgen María el fuego del Espíritu Santo. Ya no fue el fuego externo del Sinaí, sino un fuego interno que grabó el corazón de los allí presentes inundando sus corazones como si fuesen un templo.
Finalmente, el simbolismo que mejor expresa la alianza de Dios con su pueblo en el monte Sinaí y el don de la Torah es el de las BODAS. Dios se había desposado con su pueblo en el Sinaí; Moisés fue el padrino, el amigo del esposo; las nubes son el baldaquino; las tablas de la Torah, el contrato nupcial.
Bien, pues Cristo es el Esposo y la Iglesia, la Esposa, purificada y santificada en el baño bautismal. Es la esposa inmaculada del Cordero inmaculado. El Bautismo es un misterio nupcial, ya que consiste en el “baño de bodas” que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. Juan Bautista es el padrino, y los Apóstoles. La Cruz el tálamo nupcial. Las bodas definitivas entre Dios y la Iglesia, las bodas del Cordero, anticipadas ya en la Eucaristía, se celebrarán en la Jerusalén celeste, donde Cristo será uno con la Iglesia.
El Don del Espíritu Santo permite la unidad del hombre con la Santísima Trinidad. La unidad perfecta con la Trinidad, gracias al don del Espíritu Santo que se infunde en el corazón de los creyentes.