Estamos a punto de terminar la primera parte del Adviento. Será el próximo día 17, cuando empiecen las Ferias Mayores o “Semana Santa de Navidad” y, la vivencia de este tiempo, adquiera un enfoque netamente prenavideño.
Pero antes de que lleguemos a esa fecha, y a pesar del ambiente que nos circunda, ajeno plenamente al sentir litúrgico, espiritual y ascético de estos días, recordemos que seguimos aprehendiendo esa tensión escatológica que este tiempo primero del año litúrgico nos quiere enseñar, y en la que nos quiere educar para toda la vida.
Lo experimentamos, precisamente, en estos días gracias al protagonismo que adquiere San Juan Bautista que reclama nuestra atención. El Mesías está cerca. Siempre.
Lo vemos, también, en los prefacios de estas primeras semanas de Adviento, los conocidos y usados prefacios I y III. Ambos, como podemos, y pudimos constatar, nos hablan de las dos venidas fundamentales de Cristo, en la historia y en Gloria; nos hablan del retorno de un Juez, que es Señor de vivos y muertos. Retorno, como Parusía del Señor, a consumar y a dar plenitud redentora a su obra de salvación iniciada ya al venir en la humildad de nuestra carne mortal.
Se nos insiste, e insistió, para que vivamos en vigilante espera y con la confianza de poder alcanzar la Gloria ofrecida. Se nos recordó que Cristo es Señor de la Historia, principio y fin de todo. Se nos asegura que “aquel día” será terrible y glorioso. Un encuentro con lo “tremendo”, como actitud básica en el encuentro con la Santidad más absoluta.
Pero, antes de que se instauren los “cielos nuevos y la tierra nueva”, hemos de estar atentos a las venidas intermedias que se producen en “cada hombre y en cada acontecimiento”, y en la liturgia, en la Eucaristía, que alimenta nuestra esperanza para que sigamos aclamando de corazón ¡Ven, Señor Jesús!