OH, SOL QUE NACES DE LO ALTO,
RESPLANDOR DE LA LUZ ETERNA,
SOL DE JUSTICIA,
VEN AHORA A ILUMINAR A LOS QUE VIVEN EN TINIEBLAS
Y EN SOMBRAS DE MUERTE.
Hoy consideramos, en este quinto día de las Ferias Mayores, esta antífona que nos presenta al Mesías deseado como Sol, como Oriente.
Al escucharla, evidentemente nos vendrá a la mente la recitación del Benedictus, cántico profetizado por Zacarías, padre de Juan, el Bautista, cuando correspondía circuncidar a su hijo a los ocho días de su nacimiento. Cántico de alabanza a Dios por su fidelidad que articula en el momento exacto de recuperar la voz, luego de enmudecer por dudar del anuncio del nacimiento de su hijo.
Al usar la palabra “sol” pensamos en el astro que ilumina y da calor. Astro que observamos elevando la mirada a lo alto. Cuando se habla de este astro, sabemos desde niños que aparece por el este, es decir, por el oriente, dando inicio a un nuevo día gracias al movimiento del planeta alrededor del mismo. En realidad, sabemos que el sol no se mueve, es la Tierra la que da vueltas alrededor de este astro esencial. Así pues, gracias al sol, vamos descubriendo que es el parecido que se usará para recordarnos que el Salvador vino de lo “Alto”, del Cielo, a través del Espíritu Santo. Que “ilumina” y “calienta” nuestras vidas frías tal como recuerda el canto de Adviento “Ven, ven Señor no tardes” en una de sus estrofas. Y que nuestras vidas deben girar en torno al mismo. Dios es el centro. No nosotros. Pero estas consideraciones piadosas, y necesarias, deben lograr otro fundamento. Veamos.
¿Qué más podría tener en mente Zacarías cuando recitó este cántico? O, mejor dicho, ¿Por qué Dios le inspira estas palabras, y, en concreto, la que comentamos?
Recordemos al profeta Malaquías cuando nos habla del Día del Señor “Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí. De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo. ¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero” (Mal 3, 1-2). Y más adelante dice lo siguiente “He aquí que llega el día ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz. Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra” (Mal 3, 19-20).
Ambas citas nos sitúan en ese Día del Señor, expresión con tono escatológico, como día de Juicio definitivo sobre todos, que será convenientemente preparado por un “mensajero” (pensemos en Elías y en Juan, el Bautista). En ese Día, será difícil mantener la mirada en alto. Será un día de purificación. Pero, al mismo tiempo, ese Día de Juicio será el momento en el que Dios salvará a sus fieles, a los que “temieron” su Nombre. Y serán iluminados por un Sol de Justicia, de Salvación pues para ellos será un Día de gloria y de felicidad inexpresable. Sol de Justicia, entonces, será aplicado a la venida de Cristo, nuestro Salvador.
En el Niño Dios contemplamos a ese Sol de Justicia y de Purificación pues vendrá a recoger a los suyos que se mantuvieron fieles, a los que supieron ver la diferencia entre el justo y el malhechor, para que puedan recibir la “estrella de la mañana” (Ap 2, 28), es decir, para que puedan participar de la autoridad eterna de Cristo resucitado.
El Niño Dios será como un amanecer radiante, cuando se “eleva” el sol, como radiante es el momento de la ostensión de la Eucaristía en la Santa Misa.