NUEVO PODER, NUEVOS DERECHOS

by AdminObra

La Asamblea Nacional ha aprobado la inscripción del derecho al aborto en la Constitución francesa.

Por Alfonso Ballesteros Soriano

Sentimos tanto rechazo hacia el totalitarismo del siglo XX que podemos pasar por alto las formas que el poder ha adoptado en los últimos tiempos. Parece que Aldous Huxley —y no George Orwell— nos ayuda a entender estas transformaciones. Es verdad que hoy sufrimos una vigilancia permanente —de la que habla Orwell—, pero él describe un poder coactivo, y hoy domina el poder complaciente. Este segundo tipo de poder es mucho más eficaz para orientar las acciones porque permite interiorizar la voluntad del que ostenta el poder (Byung-Chul Han). De algún modo, este poder se asienta sobre deseos e inclinaciones humanas, anida allí y las hace crecer, aunque aniquilen al individuo. El poder complaciente no suprime derechos, los promueve. ¿A quién no le gusta que le concedan un derecho? Precisamente por eso esta reflexión es tan importante, para que no nos den gato por liebre cuando se reconocen nuevos derechos.

Antes de apresurarse a aplaudir cualquier derecho nuevo que se nos conceda habría que pensar, al menos, tres cosas: la antropología subyacente del nuevo derecho, su relación con el poder y con la sociabilidad humana:

  1. ¿Antropología subyacente? Todo derecho presupone una concepción del ser humano y nada nos garantiza que el nuevo derecho tenga algo que ver con la antropología humanista que hizo florecer los derechos humanos. La línea puede estar ya muy lejos de aquello: posthumanismo, transhumanismo, animalismo …
  2. ¿Instrumento del poder o contrapoder? Podemos pensar a quién favorece realmente este nuevo derecho. Tradicionalmente, los derechos surgían ante los excesos del poder político o económico. Es razonable que el reconocimiento de derechos sea una respuesta a amenazas a determinados bienes humanos. Sí, pero puede no ser así, por lo que hay que preguntarse: ¿es ese nuevo derecho un instrumento del poder (estatal, económico, etc.) o un contrapoder en manos de individuo?
  3. ¿Crea o destruye las comunidades? El individualismo puede llegar a ser un disolvente de la comunidad política. Cabe preguntarse: ¿Es un derecho que refuerza las comunidades (familia, asociaciones intermedias, instituciones, etc.) o que las deteriora (todavía más)? ¿Refuerza los vínculos sociales? Todo poder que se precie —se base en la coacción o la complacencia— dominará más eficazmente sobre individuos aislados. Y en este sentido, si están aislados y entretenidos, mejor: como en la novela de Huxley, en la que la libertad sexual busca distraer la atención de los verdaderos problemas sociales.

Veamos un espinoso ejemplo: la libertad de abortar. Hoy es reconocido por muchos como un progreso. Sin embargo, ¿cuál es el origen de este nuevo derecho? En las sociedades libres surge en Estados Unidos con dos nombres: Margaret Sanger y Henry Kissinger. La primera, es una conocida admiradora de las prácticas eugenésicas de la Alemania de Hitler. Fundó la “Asociación americana del control de la población”, pero naturalmente, se dio cuenta de que había que ocultar las intenciones y no hablar de control sino de libertad, y paso a llamarse “Federación americana de Planificación familiar” (la bien conocida Planned Parenthood, la multinacional del aborto). Era conveniente presentar el control de calidad de la población de manera amable, como “planificación familiar”, como derecho. Esto era, desde luego, un planteamiento más inteligente a largo plazo que el poder coactivo de Hitler. Los nuevos tiempos exigen poderes complacientes.

Por su parte, Kissinger supo presentar genialmente como derechos lo que no eran más que manifestaciones del imperialismo estadounidense. En su famoso informe de 1974, que lleva su nombre, se llega a la conclusión de que el mejor modo de proteger los intereses estadounidenses en el mundo es promoviendo el aborto fuera de su territorio. Para evitar acusaciones de imperialismo —dice literalmente—, hay que presentarlo como un derecho de los padres a espaciar los hijos, y debe promoverlo la ONU que tendría un halo de legitimidad moral.

Tanto el aborto promovido por Sanger como por Kissinger representan ese poder que se presenta como complaciente y promotor de derechos. Desconozco la importancia de estos individuos para la promoción del aborto a nivel mundial, pero no se puede negar su inteligencia y la repugnancia moral que generan las ideas y prácticas que promovieron.

¿Qué hay de los tres elementos para la reflexión sobre un nuevo derecho? La antropología eugenésica racista o el imperialismo amoral son incompatibles, en realidad, con los derechos humanos. El aborto es difícilmente un contrapoder, dado el aumento del poder económico y estatal que esta práctica ha generado. Visto desde la perspectiva del poder —una perspectiva pobre, por cierto, para la procreación—, el verdadero poder es tener hijos. Estos son la principal forma de trascendencia en este mundo a la que puede aspirar el hombre común. Por último, lo dañino para la sociabilidad salta a la vista, no solo porque supone matar a un individuo, sino porque supone introducir la violencia en el seno mismo de la familia, allí donde deberíamos de ser queridos solo por el hecho de existir. Ya profetizó Huxley que para lograr someter a la población con un poder complaciente era necesario destruir la familia. En fin, seguro que hacen falta nuevos derechos, pero cuidado que no estemos mordiendo un cebo. Si el poder coactivo requiere valor para enfrentarse a él, el poder complaciente precisa la capacidad crítica para desarticularlo. Pensar es el contrapoder del poder complaciente.

 

Alfonso Ballesteros Soriano. Profesor Permanente Laboral de Filosofía del Derecho. Universidad Miguel Hernández. Grupo de Estudios Sociales e Interdisciplinares (GESI – Fundación Universitas). www.fundacionuniversitas.org