Hoy recomendaremos una de las películas que más estimamos de todas las que llevamos expuesto hasta ahora. Hablamos de “Un hombre para la eternidad”, (Fred Zinnemann, 1966). Si la semana pasada ofrecíamos un bellísimo canto a la amistad, esta semana nos encontramos con puro cine europeo (no plenamente), inglés, el cual siempre ha tenido fama de tener unos actores soberbios tras haber sido formados en el mundo del teatro, en el que nos toparemos con un canto a la fidelidad a la conciencia personal. Que no al subjetivismo. La conciencia adquiere plena identidad, para un cristiano, en el seno de la Iglesia.
En fin, ¿de qué estamos hablando? Pues hablamos de una película ganadora de ¡seis Óscars! en la que se nos refiere el enfrentamiento de dos viejos amigos. Por un lado, el rey Enrique VIII, y, por otro lado, Sir Tomas Moro, Lord Canciller del Reino.
El director es el mismo que dirigió “Sólo ante el peligro”, por ejemplo, o, “Historia de una monja”, o “De aquí a la eternidad”. Todos las conocemos. El actor principal es el británico Paul Scofield, que realiza una interpretación sublime.
Al deciros qué enfrentamiento nos encontraremos, ya nos habremos hecho cargo que estamos en el momento en el que se producirá el Cisma en Inglaterra al no consentir el Papa en declarar la nulidad del matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón, siendo un matrimonio válido como era. El rey está dispuesto a divorciarse y casarse con Ana Bolena. Todo el episcopado inglés, excepto San Juan Fisher, declararán soluble el matrimonio. Tras una serie de corruptelas para comprar voluntades se declarará nulo el matrimonio; el rey promulgará leyes anticatólicas, bajo amenaza de excomunión; y se pondrá al frente de la “iglesia de Inglaterra”. Tomás Moro se opondrá. Y no le reconocerá como “cabeza” de la Iglesia.
A partir de ahí, en medio de una inolvidable banda sonora, se generará una verdadera épica de la conciencia de Tomás Moro, el cual no se doblegará ni ante el Arzobispo de Canterbury, auténtico lacayo del Rey.
La escena del juicio, hacia el final de la cinta, es memorable al exponer Tomás Moro todos sus motivos. Sin dejar de considerarse jamás súbdito del rey por quien afirma rezar. Pero meterá el dedo en la llaga, en su propia defensa, cuando les recuerde a todos que lo condenan, realmente, por no aceptar un falso matrimonio que contradice la enseñanza explícita de Jesucristo, Nuestro Señor. Por lo tanto, no es traidor al Reino. Es… un mártir.
Mártir de la indisolubilidad del matrimonio enseñado de manera manifiesta por Nuestro Señor (Mt 19, 6). Con todos en contra. Con la más bajas y rastreras traiciones, incluso de antiguos protegidos y beneficiados suyos, bajo la admiración de algunos, y, ante, cómo no, las propias presiones familiares, por amor, eso sí, buscando lo “mejor”, Tomás Moro se mantendrá fiel a Cristo en sí mismo.
La película tiene una especie de “madre espiritual” en “Becket”, de unos años antes sólo, que, también, en unas características similares, nos ofrece el martirio de Santo Tomas Becket.
Aún más, entendemos, que “Un hombre para la eternidad” tendría un correlato en la muy reciente “Una vida oculta”, (Terrence Malick, 2019), que nos ofrece con el estilo sublime y lírico, y místico del director, el martirio del padre de familia, campesino, y austriaco el Beato Franz Jägerstätter, que se negó a servir a Hitler. Otro verdadero canto a la conciencia, y a la fidelidad a la misma cuando ésta está iluminada por el Espíritu Santo. Película tremenda que hace paladear la dureza…de la fidelidad a Dios. Y la soledad a la que se expone uno.
Sin pretensiones cinéfilas, pues admitimos no tener el nivel, sí recomendaremos, de nuevo, disfrutar de la banda sonora original, de George Delerue (“Agnes de Dios”, 1985), y de la banda sonora alternativa, tan bella como la propia.