Hoy recordaremos la película danesa “El festín de Babette”, del año 1987, del director Gabriel Axel, fallecido el pasado 2014. Película oscarizada en la categoría de mejor película de habla no inglesa.
La trama gira en una remota aldea costera de Dinamarca, donde vive la tal Babette, una mujer francesa que había huido de su país, y que se ha refugiado en la casa de las hijas de un pastor luterano. El ambiente en la aldea, en las casas, entre los lugareños está caracterizado por una ascética seca, y reseca. En un entorno, por lo demás, frío, gélido. En esa situación, la nueva sirvienta de las dos hijas, ya entradas en años, Babette se propone hacerles una cena a ellas dos y a sus amistades, que romperá los cánones de su vida ascética luterana, típica en esos ambientes, y que en el catolicismo se encarnaría en la corriente jansenista durante el siglo XVII.
Esa cena tiene que ser inolvidable. No será nada parecido a una bacanal. No. Al contrario, será una fiesta. La sirviente es católica. Es como si el autor nos transmitiese dos sensibilidades, la luterana y la católica ante la vida. La sensibilidad católica sería el colorido, la espontaneidad, la vitalidad, la sinceridad, la alegría, … la comida. En torno a esa comida, comparándola con las comidas que solían tomar las dos hermanas, se querrán transmitir muchas cosas: la alegría de la vida que tiene que reinar en todo católico, y que reina en todo lo católico. El Papa Francisco citó esta película en su Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” (2016), y para el Vaticano es uno de los 45 títulos favoritos.
Es un modo de encontrarse con la exuberancia católica que sabe distinguir los tiempos de penitencia, de abstinencia, de ayuno, y los tiempos de fiesta, verdadera experiencia de la alegría de la Resurrección. Santa Teresa de Jesús decía “cuando perdiz, perdiz; cuando penitencia, penitencia”, sin darle más vueltas. O lo que es lo mismo, corresponda lo que corresponda, vivirlo al máximo, sin lamentos, sin remilgos ni escrúpulos. Con plenitud. Es la esencia de lo católico, entregarse a la penitencia, a la ascesis, y entregarse a la fiesta.
Pero no es sólo esto, es también, por las causas que sean, en esta ocasión el catolicismo de la cocinera, hacer la vida feliz a los demás por medio, en este asunto, de la comida y de la bebida. ¡Cómo cambió la actitud de los invitados! De la sorpresa inicial, y casi sintiéndose ofendidos, y llenos de escrúpulos dañinos, pasarán a una actitud de enorme satisfacción, pero no como el que da rienda suelta a sus pasiones, sino de asunción de una situación pensada y planeada para agradar y satisfacer.
Un sacerdote inglés, ya fallecido, diocesano de Santiago, nos decía en nuestros tiempos de Seminario que “ser católico era lo mejor que había” mientras descubría y saboreaba las empanadas de nuestra tierra.