Hoy, 29 de noviembre, iniciamos la Novena en honor a la Inmaculada Concepción de María Santísima.
Esta novena, y esta festividad, siguen siendo uno de los mayores acontecimientos religiosos en España. Uno de los días marianos de absoluta referencia. Siguen siéndolo. En una parte, todavía, considerable, del pueblo católico español, pero cada vez menos, las cosas como son.
Con todo, al ser un día de tanta referencia, en medio de la crisis pavorosa que sufrimos, tenemos enorme confianza en esta celebración pues la liturgia es eficaz desde sí misma, esto es, la liturgia, las celebraciones litúrgicas “dicen y hacen”. Dios actúa, pues.
Esta novena que en este año coincide a los inicios del tiempo de Adviento, además de prepararnos para la celebración gozosa del 8 de diciembre, nos enseña que Nuestra Señora es Inmaculada desde su Concepción gracias al misterio de Redención del Mesías, cuya primera venida vamos a festejar prontamente llenos de fe. He ahí uno de los motivos más álgidos para vivir estos días, este novenario, el contemplar, en la persona de María Santísima, la victoria del Salvador sobre el pecado. Aquí estaría la eficacia de la liturgia, no desde una concepción mágica, y, por tanto, irreal, sino desde la verdad de la actuación del Espíritu Santo que nos trae, en medio de esta crisis de apostasía el triunfo sobre el pecado, y sobre nuestros pecados.
Vivamos este novenario con gran disposición de ánimo para celebrar a la Virgen, y celebrar en la Virgen esa victoria del Hijo de Dios, cuyo primer “beneficiario” fue su Madre.
A mayores, sabremos qué celebraremos en la Nochebuena, y por qué celebramos esa noche tan llena de inocencia. Y por qué debemos tener tanta esperanza.