“Novaceno” es un término acuñado por James Lovelock en su libro donde describe la próxima era de la “hiperinteligencia”.
Según él, vivimos en un “súper-organismo” autorregulado en el que plantas y animales somos células que interactuamos con nuestro entorno inorgánico para perpetuar las condiciones de vida del planeta.
Los que le hacen caso dicen que el ser humano, hasta hace poco, era un animal más, insignificante para el planeta. Cuando empezó la era geológica (el antropoceno), en la que nos encontramos actualmente, por primera vez en nuestra breve historia somos capaces de afectar el funcionamiento de la Tierra (que ellos denominan “Gaia”) con nuestra actividad a gran escala: clima, ecosistema, geografía, geología.
Esta gente piensa que la IA tomará conciencia de su propia existencia convirtiéndose en la especie dominante del planeta. Y en este proceso nos salvaremos de nosotros mismos (sic).
Hombres y máquinas coexistirán y colaborarán para asegurar su propia supervivencia y la del planeta. Los nuevos seres (¿posthumanos?) también se integrarán con los humanos gracias a múltiples interfaces biotecnológicos, y serán la clave de la supervivencia de la humanidad en esa nueva era denominada “Novaceno”.
Así, el “Homo Sapiens” es sólo un paso hacia una forma de vida superior y mucho más eficiente que la nuestra. El “Homo sicilium” sería una forma de vida que podría controlar realmente su propio destino, tanto en la Tierra como en otros planetas y sistemas estelares.
Para la visión transhumanista, los hombres del futuro decidirán convertirse en las células de un organismo mayor, un “cerebro planetario”, una especie de nube virtual a la que ya no nos conectaremos a través de artilugios, pues cada posthumano será en sí un híbrido, una especie de “ciborg” con telepatía mediante la conexión a ese cerebro colectivo o mente en colmena.
Lo preocupante es que la finalidad de toda “mente colmena” es alcanzar un mayor grado de control y sometimiento social. La tecnología disolvería los vínculos verdaderos que mantenían cohesionadas a las comunidades humanas y los sustituirían por hipervínculos que, a la vez que favorecen la disgregación, fomenten el pensamiento único, acrítico y en serie.
Frente a esta pavorosa visión distópica, la cosmovisión cristiana nos propone el concepto Cuerpo Místico de Cristo. Cada uno de los miembros de la Iglesia católica es una célula viva del Cuerpo Místico de Cristo que es la propia Iglesia y cuya cabeza es el mismo Jesucristo.