MISIONERAS DE LA CARIDAD

by AdminObra

La Madre Teresa de Calcuta fundó una orden religiosa como respuesta a la llamada de Cristo para que lo diera a conocer a los más pobres entre los pobres mediante su humilde servicio de amor.

Pero no sólo hay una rama femenina, es decir, la de las Misioneras de la Caridad; también los varones se pueden agregar a esta experiencia única de servicio cristiano incorporándose a los Hermanos Misioneros de la Caridad, congregación también iniciada por la madre Teresa.

Los miembros, hombres y mujeres, no sólo trabajan en la India, sino en otros 118 países, incluido México. Atienden a moribundos, leprosos, deficientes mentales, discapacitados en general, enfermos de SIDA, viciosos, niños abandonados y personas de la Tercera Edad, entre otros; es decir, a los que el mundo desprecia.
Hay quienes creen que para ayudar a los pobres hay que ser rico, pero se equivocan. La madre Teresa comprendió que para entender las necesidades del pobre era conveniente hacerse realmente pobre.
Comenzó una escuelita para niños, pero como no tenía sillas ni pizarrón ni gis, enseñaba escribiendo en la arena del suelo. Poco a poco fue teniendo material para atender a la gente, pero todo era regalado; alguien le donó una mesa, otra persona regaló un baúl, también le dieron cajas de madera para usarlas como asientos, y un hombre le cedió el segundo piso de su vivienda.
Y hasta la fecha la orden de las Misioneras de la Caridad y de los Hermanos Misioneros de la Caridad se sostiene del mismo modo: todas sus casas, muebles y equipo en general han sido donados por alguien.
Si la madre Teresa llegó a viajar en avión, en autobús o en tren fue porque las empresas de transporte le obsequiaban boletos, no porque ella tuviera los bolsillos llenos de dinero, y el que llegaba a recibir lo empleaba para atender a los pobres. Más aún, rechazaba toda clase honores que pudieran brindársele, y así, al recibir el Premio Nobel de la Paz 1979, solicitó que no le hicieran el tradicional banquete, sino que mejor se destinara en más ayuda a los pobres lo que éste habría podido costar.
En pocas palabras, la beata Teresa de Calcuta nunca se preocupó por el dinero porque sabía que por la providencia de Dios la ayuda económica llegaría de los ricos, del gobierno y de innumerables personas e instituciones. En 1964, al viajar a la India, el papa Paulo VI le dejó un lujosísimo Ford Lincoln blanco especialmente diseñado, regaló del pueblo estadounidense para el Pontífice; pero como la madre Teresa no iba a pasearse en semejante auto, lo remató y con el dinero obtenido abrió una casa para enfermos mentales.
Los miembros de las órdenes religiosas hacen tres votos a la hora de consagrarse: voto de pobreza, voto de castidad y voto de obediencia. La madre Teresa introdujo un cuarto para su congregación: voto de servicio a los más pobres.

Este servicio a los pobres significa uno mismo hacerse pobre. Por eso las Misioneras de la Caridad visten el sari blanco con franjas azules, vestimenta clásica de las mujeres pobres de la India; y los Hermanos Misioneros de la Caridad, aunque sean sacerdotes, usan ropa de trabajador y también lavan y alimentan a la gente que recogen en la calle, tal como hacen las hermanas.
A cada hermana se le permite tener tres saris: uno para usar, uno para lavar y uno para remendar; también un par de sandalias, dos juegos de ropa interior, un rosario, un pequeño crucifijo que se usa pegado al hombro izquierdo, una cuchara de metal, un plato, una bolsa confeccionada por niños pobres, y una Biblia. En los países fríos también pueden usar saco, abrigo y sombrilla, pero éstos son propiedad comunal, no individual; y nunca llevan medias, ni aun en la nieve.
Por cierto, la ropa interior que usan se confecciona con costales viejos, y tiene que ser lavada por lo menos diez veces antes de que sea suficientemente suave para poderse usar. La ropa siempre se lava a mano; se han rechazado cortésmente todos los ofrecimientos de lavadoras automáticas hechos a la congregación.
Por si fuera poco, a los que se dejan cautivar por este camino iniciado por la madre Teresa de Calcuta no se les permite recibir cartas ni regalos personales, y no pueden leer libros a menos que sean religiosos. ¿Televisión y radio? ¡Ni los tienen!

Vivir la radicalidad del Evangelio no tiene que ser motivo de tristeza. De hecho, siempre que aparecen las Misioneras de la Caridad en cualquier parte del mundo el lugar se llena de alegre bullicio. Y esto fue así desde el principio. El hombre que donara la mitad de su casa para que la orden comenzara a trabajar en Calcuta, cuenta que a las hermanas se les podía oír reír por toda la casa, y que cuando no estaban trabajando o rezando se la pasaban jugando.
En cuanto a las privaciones, eso no asusta a ninguna. «Yo dormiré esta noche sobre una mesa -cuenta alegremente una hermana italiana-. Cambiamos cada mes, y el pasado yo estaba en una cama; pero tenemos tantas hermanas viviendo aquí que debemos dormir en las sillas, las mesas y hasta en el piso. Aun así yo duermo muy bien».