Nuestro diácono y mártir padeció en la persecución de Decio.
Tras repartir los tesoros de la Iglesia entre los pobres, le son reclamados por la autoridad civil. Al no poder entregárselos, es atrozmente martirizado: flagelado con varas, quemadas sus costillas con hierros candentes y, por último, asado en una parrilla.
Hasta el siglo XVI, se le tributa culto en Aragón, de donde es oriundo.
Tras la victoria de San Quintín, en su día, es convertido en un santo nacional.
Felipe II levanta El Escorial en su honor, trazando su planta en forma de parrilla, el atributo más popular del santo.
Su iconografía lo suele representar joven, tonsurado, con dalmática y portando un libro, la palma de la victoria, la cruz procesional, la bolsa de los bienes de la Iglesia y, cómo no, la parrilla.
Se le puede ver emparejado con otros diáconos mártires, como Esteban o Vicente.
La escena más representada es la de su martirio en la parrilla, donde, según la leyenda, pide que le den la vuelta.