Este día de Cuaresma nos trae las consecuencias de decir la verdad de Dios: la desconsideración social más absoluta y abyecta. Es lo que vemos en la Primera Lectura que corresponde al profeta Jeremías, profeta probado como pocos por ser vocero del Señor en medio de la corrupción política y religiosa de Jerusalén.
La reacción de todos los que se ven incomodados por sus palabras será el descrédito. Será tachado de mal ciudadano y de poco religioso. Suelen ser las respuestas, ideadas, de los que han quedado en evidencia por su hipocresía.
Es de tal ignominia lo que nos remite el texto sagrado que hiere el mero hecho de leerlo y escucharlo. Es como un “dolor ajeno”. Pero un dolor que se puede experimentar si se toma la determinación de hacer lo propio que Jeremías. Ha de saberse de antemano que será sometido a toda maquinación secreta que el sucio corazón del poderoso pueda planear y maquinar. Será objeto de cualquier tipo de calumnia que haga dudar, incluso, al que escuche con atención y respeto. Es el pavor que se quiere transmitir al justo.
La reacción de Jeremías, en su inocencia, es de perplejidad, pues se pregunta cómo se puede hacer sufrir tanto al que tanto ha obedecido. Es el colmo que no ofrece explicación serena ni fácil. Pero es el recorrido diseñado por Dios para muchas cosas…
El Señor es el Justo por excelencia. Le ha correspondido un “cáliz” insoportable. Pero ese “cáliz” es vocación para muchos a los que asocia a su destino de servicio pleno.
“Beber el cáliz” es soportar todo lo que Dios haya dispuesto para sus elegidos. La cruz no la escogemos. La Cruz viene tal como ha sido prevista para cada uno. No escogemos el modo de padecer, acogemos (si se puede) el modo de padecer. Incluso, a veces, nuestro destino es aparecer (y parecer) peligros públicos.
En Cuaresma hemos de entender que hay que dar enseñanzas que pueden suponernos un sufrimiento inabarcable.