Una de las nociones que tienden a desaparecer de la sociedad actual es el espíritu de penitencia.
De ahí nacen esas faltas de energía en la lucha, esa repugnancia ante del deber y esa debilidad de carácter que hacen a la mayor parte de los cristianos incapaces de aquellas grandes virtudes que ilustraron a nuestros antecesores.
Hoy día se procura alejar al niño de todo lo que incomoda.
Distinta era la formación de los primeros cristianos. Entonces se veía hasta a las tiernas vírgenes y a los niños pequeños resistir a las seducciones del mundo, a la crueldad de los tiranos, vivir y morir como héroes.
Conviene adiestrar nuestras manos en el combate, proveernos de armas defensivas y ofensivas para la hora, tal vez no lejana, de una lucha decisiva, en que podría naufragar la fe.
El espíritu de penitencia debe dominar nuestra vida, y que una de las preocupaciones más serias del cristiano ha de ser la de mantenerse ante Dios, en la actitud del penitente que se humilla bajo la mano de su Creador pidiéndole gracia y misericordia.
Esta disposición agrada tanto al Señor que le lleva a inclinarse hacia su criatura.