Los avances de la ciencia y la tecnología en los distintos campos de especialización apuntan a que cada vez será más viable aumentar o modular la cognición, el físico, la personalidad, así como también seremos más capaces de controlar los procesos biológicos en el envejecimiento natural.
Esta situación plantea importantes interrogantes éticos.
Junto a las inmensas posibilidades que nos promete la ciencia –la genética, las neurociencias, la nanomedicina- respecto a lo que podemos llegar a ser los seres humanos, asoma de nuevo la sombra de sus riesgos y de sus abusos, especialmente la sombra de la eugenesia que surgió y se extendió a finales del siglo XIX y principios del XX.
Hoy el fantasma de la eugenesia totalitaria viene acompañado de otras alternativas, como la eugenesia liberal, según la cual sería justificable un mundo en el que la posibilidad de la mejora estuviera disponible a la libre elección de los ciudadanos, siempre que el Estado no presionara para realizar dicha mejora.
“Mejora humana” es en esencia la modificación del genoma humano en direcciones “desconocidas”. El debate nos hace preguntar hasta qué punto resulta legítimo alterar aspecto referidos a cuestiones estructurales de nuestra especie (no hablamos de salud), como el sistema intelectivo, cognitivo, volitivo.
Desde la mirada cristiana, el hombre no “mejora” con sus propias fuerzas, así como no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera. La persona se perfecciona desde un desarrollo humano integral abierto a la trascendencia.
Los problemas de la humanidad no se solucionarán sólo con la técnica, sino que han de tener en cuenta a toda la persona, y a su Creador.