Se empieza esta semana una lectura semicontinua del Evangelio de San Juan después de los evangelios de las tres primeras semanas que tenían un programa muy exigente de conversión.
En los pasajes jóanicos veremos como aparecerá e irá en aumento el enfrentamiento de Jesús con sus enemigos los judíos. Hasta ahora hemos visto el “camino del pecador” hacia la Pascua; ahora, con el apoyo de significativos pasajes veterotestamentarios, veremos el “camino de Jesús” hacia su Muerte y Resurrección, hacia su Pascua.
Las lecturas, parece, prescinden del tono austero al que estuvimos atendiendo hasta estos días pasados.
Con la lectura de este pasaje de Ezequiel vemos una visión que el profeta tuvo del templo y de como fluía agua hacia la zona oriental, hacia la cual está mirando el umbral del templo, y que irá llenando de vida todo lo que el agua bañe, especialmente ese críptico “mar de la Sal” que se nombra, referencia a la fetidez del Mar Muerto.
Mirar hacia el oriente podría ser mirar hacia ese Jardín del Edén del cual fueron expulsados nuestros primeros padres, Adán y Eva, después de cometer el Pecado Original. También nuestras iglesias católicas, hasta hace unas décadas, se construían mirando hacia el oriente, esto es, en actitud de espera ante el que vendrá definitivamente en su Segunda Venida para acabar de renovarlo todo. De hecho, este pasaje, nos da a entender que, del lugar santo, saldrá vida para toda la Creación tal como se describe en el idílico cuadro que el profeta visiona. Las aguas que brotan del lado oriental, salen del lado “derecho del templo”, ¿referencia al costado abierto de Cristo?
Para nosotros acudir a la iglesia, y participar del Santo Sacrificio, tiene que ser ocasión de renovar nuestra vida, día a día; paulatinamente. Pues, sabemos, que los efectos del Sacrificio Redentor son limitados en nosotros. Necesitamos la Misa para “regar” nuestra salada vida, no porque esté adecuadamente condimentada, sino porque está “arrasada” por esa actitud de “tierra quemada” que adoptamos con nosotros mismos cuando pecamos.
Esa acción restauradora la hemos visto en el pasaje joánico con la curación del paralítico que acudía a la piscina de Betesda (“casa de la misericordia”) para ser bañado en ella. Pero siempre llegaba tarde. Jesús, por su palabra, lo curará un sábado, volviendo a desatar las iras de sus adversarios.
Este paralítico representa la parálisis de Israel, pero Jesús se convierte en su “piscina” donde el enfermo será renovado. Jesús le dirá “toma tu camilla y echa a andar”, esto es, inicia el éxodo de tu vida que no durará 40 años, sino toda la existencia.
El Señor, verdadera “piscina” con agua renovadora, también nos sana y no hace fructificar, y nos pone a caminar en actitud de éxodo, de un nuevo éxodo necesario para nuestras almas.