Que nos “muerda” la Cruz. Esto es lo que nos quiere enseñar la proclamación de la Palabra de Dios. Que nos “inyecte” un antídoto más fuerte que el veneno que llevamos en el corazón. Que nos dé el “calambrazo” que reanime nuestra vida mortecina. Que sea como un chorro de agua fría mañanera que nos despierte y espabile.
Hay que mirar al Crucificado con fe. Hay que dejar que el Crucificado nos hable desde las imágenes que nos acompañan todavía en algunos hogares. Los crucifijos son cuasi estandartes de guerra y de victoria sobre el mal y sobre el pecado. Son las “Banderas del Rey”.
La medicina puede ser dura, dolorosa, fuerte, amarga. Puede provocarnos un auténtico “shock” emocional y espiritual. Puede hacernos llorar. Puede ser un despertar de un mal sueño. Puede ser la liberación de una pesadilla que nos atormenta. ¿Y?
Hay que tomarla. Hay que someterse a la terapia. Tiene que ser un arado en nuestra alma. Hay que destripar los terrones secos de nuestra alma. La muerte tiene que ser “muerta”. La Cruz tiene que impedir que muramos en nuestros pecados, como escucharemos en el Evangelio de este día.
Las consecuencias de rebelarse contra Dios y de protestar siempre por sus disposiciones son la “muerte”. Así ocurrió en la Primera Lectura. La “muerte” y el dolor vinieron sobre aquellos que se opusieron una vez más al proyecto salvador de Dios y al modo divino de llevarlo a buen término. Como siempre, cuando uno se ve fustigado se da cuenta de que ha pecado gravemente, y traslada el ímpetu de su rebelión al arrepentimiento más desgarrado, al menos aparentemente. Cuando el dolor aprieta, uno promete cualquier cosa con tal de verse libre de la angustia. Pronto se olvida lo ofrecido, generalmente.
Moisés, caudillo e intercesor, ofrece la enmienda para la rebelión del pueblo que Dios le ha comunicado: una serpiente de bronce elevada sobre un asta la cual ha de ser mirada con atención. Con ello quedarán las almas sanas. No se ofrecía un remedio mágico, sino una actitud de obediencia. Ésa es la clave siempre.
Reptil mortal, reptil curativo. Asociamos las serpientes a la transmisión de venenos mortales a través de sus mordeduras, pero también sabemos de ciertas propiedades curativas que poseen.
Así la Cruz. En ella se muere. Por ella te salvas. Mírala con fe, e irás a confesarte de todos tus pecados. Y tu alma quedará sana.