La Primera Lectura de estas ferias de Adviento nos vuelven a presentar un cuadro deslumbrador en las tierras de Israel, transformadas en el más bello de los vergeles. Otra vez nos encontramos con la renovación del Universo que quedó alterado por el Pecado Original. Con todo, hay que admitir que todo lo que dibujen los profetas con su verbo arrebatado es poco, y nada, en comparación con la Belleza de la Encarnación del Mesías. Pero no perdamos de vista la exhortación a la alegría y a los cantos de gozo por vislumbrar la belleza de una renovada Creación representada por la magnificencia del Carmelo y del Sarón.
Mas la invitación fuerte a la alegría también se dirige a los pusilánimes, que son los que tienen el ánimo empequeñecido. La causa de esta mengua del espíritu son la acumulación de golpes que caen sobre nosotros cuales flagelados en el Pretorio. El profeta Isaías tiene ante sí a los exiliados en Asiria. Ellos están completamente desubicados tanto por salir de su patria, cuanto por no encontrar explicación a cómo se llegó a ese estado de cosas.
Cuántas veces nos preguntamos cómo nos ha podido pasar lo que fuese; o, cómo hemos llegado hasta donde llegamos; o, cómo se ha podido caer tan bajo; o, por qué tanta desdicha sobre el alma de gente buena. ¡Cuántas! Pero Dios quiere resarcir a todos los que han sufrido injustamente y a todos los que, justamente por sus pecados, han encontrado la raíz de su naufragio como personas y como pueblo y comunidad. Y los resarcirá. Lo que se nos pide es la paciencia en la perseverancia silenciosa, y el profundo examen y revisión de vida llegando a fuente exacta de nuestras complicaciones.
El Evangelio nos ofrece una de las escenas más gozosas que pueda contener. Nos referimos a la curación de un paralítico en una casa de Galilea. Había tanta gente escuchando al Señor que unos hombres que traen a un paralítico en camilla lo han de introducir por el techo de la casa para que pueda estar con Jesús. Es que cuando se trata de llegar al Señor hay que hacer lo que haga falta desprendiéndose de toda consideración “biempensante”. Para llegar a Aquel que puede devolver la salud y la salvación se saltan todos los trámites innecesarios para, eso sí, cumplir con los verdaderos trámites: fe y esfuerzo. No se puede, nunca, andar con “respetos humanos” a la hora llegar a quien nos puede sanar. Lo que decimos vale, evidentemente, para recibir la absolución por nuestros pecados. Cuando estemos en pecado mortal, hay que hacer lo que sea para confesarse. Y debemos ayudar, a quien necesite la reconciliación con Dios y esté impedido por los motivos que sean, con todo nuestro empeño. No podemos hacer las “paces” con el pecado mortal. Nunca. Ni para con nosotros ni ante el de los demás. ¡Cuánta gente camina los kilómetros que sean menester por llegar a un santuario solicitando del Cielo una curación milagrosa! ¿Cuántos harían ese mismo esfuerzo físico para confesarse? Ninguno. Las cosas están como están. Mal.
El paralítico quedó sano y salvo. Se encontró con el Mesías y la belleza de su Misericordia que supera en mucho a la belleza del vergel imaginado por los profetas. Los tiempos mesiánicos ya han llegado.