Otro día más de este bendito tiempo, Isaías nos quiere insuflar optimismo ante el futuro. Volverá la alegría. La creación, la misma creación reverdecerá. Dejará de ser desierto para ser vergel. Es más, el ser humano será, por así decirlo, recreado de sus carencias. Es decir, los sordos oirán, los ciegos verán. Es más todavía, carencias peores que las físicas, que son las morales, se disiparán al volver la esperanza a los oprimidos y a los pobres. La causa de tanta restauración está en que Dios fustigará al violento y al cínico; Dios aniquilará al falsario y al tramposo.
Bien, pues todo ello provocará en el pueblo de Dios la alabanza. No es para menos.
Estas promesas escatológicas, inspiradas hace más de dos mil ochocientos años, siempre mantendrán su novedad, esto es, siempre transmitirán íntima esperanza en medio de tantas carencias. Las tenemos. Físicas, psíquicas, afectivas, intelectuales, volitivas, morales, económicas, laborales. Muchas. Provocan mucha tristeza su reconocimiento. Pero el Señor no quiere que estemos tristes. Hemos de asumir muchos vacíos en nuestra vida, lo cual nos santificará. Y hemos de permitir, ante otros vacíos verdaderamente peligrosos para la Salvación, que la Gracia compense y recree los efectos de nuestros pecados. Por eso hay que estar alegres. Aunque cueste.
El Señor, siempre plenitud de todo el Antiguo Testamento, obra un milagro. Cura a dos ciegos. Lo primero que hemos de admitir es que las promesas isaianas se han visto cumplidas. Dios no falla. No miente. Promete. Cumple.
En este pasaje dos ciegos se acercan a Jesús suplicando compasión. Entiendo que es la primera enseñanza. Hay que buscar al Señor pidiendo clemencia de nuestras miserias, y decir, con el corazón en la mano, que creemos que puede curar nuestras carencias. Puede.
El Señor obra el milagro conforme a la fe de los ciegos. Y, al tiempo, se les “abren los ojos”, aumenta su fe.
En este tiempo de camino hacia la Luz, hay que impetrar de Dios nos cure, especialmente, la ceguera existencial, por añadir algo. Sí. Y pedirle, fuerte, muy fuerte, que aumente nuestra fe. Sin fe, la vida es muy triste. “Qué triste morir sin fe”, decían “Los Suaves” en una canción suya.