El dominio sobre la naturaleza puede ser el que corresponde a la “racionalidad técnica” o el propio de la “racionalidad ética”.
Uno y otro responden a un tipo de racionabilidad esencialmente diferente.
Para la “racionalidad técnica” lo que prima es la eficacia: que el medio sirva para conseguir el fin.
Para la “racionalidad ética”, en cambio, el criterio es el respeto a la naturaleza de los bienes que se usan.
En la valoración de la relación “medio-fin” no se puede, pues, prescindir de la naturaleza de las realidades sobre las que se actúa. En última instancia se trata de ver si la actuación que se lleva a cabo es conforme con el proyecto de Dios inscrito en el “ser” de las cosas y conocido por el entendimiento (práctico).
El hombre no es el creador de la Verdad y del Bien.
Su cometido consiste en descubrirlos y, una vez conocidos, ser respetuoso con ellos en su actividad.
En relación con el bien de la sexualidad humana, sólo es conforme con la dignidad de la persona del dominio que corresponde a la racionalidad ética, es decir, conforme con la naturaleza de la sexualidad. Como bien de la persona, la sexualidad posee una significación en sí misma que no depende de la que la voluntad quiera darle. Es, en definitiva, expresión del proyecto creador de Dios.
A la persona le cabe tan solo descubrir ese significado y observarlo en su actividad.