Nueva llamada desde lo Alto a comparecer ante Dios. Nueva llamada a prestar atención que nos viene dada por Isaías. Nueva llamada y vieja insistencia a purificarnos, a lavarnos, a apartar de la mirada de Dios, que todo lo abarca, nuestras malas acciones que nunca quedan en el silencio ni en la oscuridad. Al contrario, quedan en la memoria de Dios.
Nueva llamada a portarnos de otro modo.
Nueva llamada a preocuparnos más de los otros. A practicar y exigir justicia. A socorrer a los “tipos” de oprimidos por la vida en Israel: huérfanos y viudas. Situación de vulnerabilidad que los hace más “apetecibles” a los que merodean buscando presas fáciles. A esos es a los que hay que defender de los abusos.
Entonces, podemos discutir con el Señor. No se trata que cambie de sentencia, pues si no nos enmendamos no lo hará. Se trata de que se puede hablar con Dios en paz si hay modificación de existencia, más que de sentencia divina.
Jesús, en el Evangelio, nos da la clave definitiva “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Ése es el camino largo y difícil que hemos de seguir cruzando en la Cuaresma, el camino de la humildad, que nos sitúa ante la mirada complaciente de Dios.