A todos nos resulta conocido. Tras nombrar a los Santos Apóstoles en el Canon (la oración más preciosa de toda la Iglesia, tanto por su eficacia como por su venerable antigüedad, y que recibe este nombre por haber sido prescrito como “regla” que debe seguirse al ofrecer el Sacrificio Santo de la Misa), dentro de esas oraciones previas a la Consagración, aparece la lista de doce mártires: Lino, Cleto, Clemente, Sixto, CORNELIO, CIPRIANO, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, y Cosme y Damián.
Esta lista, tras el nombramiento de los Doce Apóstoles, y en la que se incluyen los nombres de los dos mártires que la Iglesia celebra hoy, corresponde a los doce mártires más celebres en Roma antes que el Canon de la Misa se fijase definitivamente.
En esta lista aparecen cinco Papas, un Obispo, un Diácono, y cinco seglares.
Como bien sabemos, Cornelio era Sumo Pontífice, y Cipriano era Obispo.
Al mismo tiempo, vemos en esta lista de mártires (lo cual es muy importante, pues refuerza la verdad sacrificial de la Santa Misa) diversas condiciones sociales:
- Lino, Cleto, Clemente: fueron Papas ordenados por San Pedro.
- Sixto y Cornelio: también se cuentan entre los primeros Pontífices.
- Cipriano: obispo, como ya dijimos.
- Lorenzo: el diácono, conocido por tantos fieles.
- Crisógono; Juan y Pablo; Cosme y Damián: fueron laicos.
El Canon se originó en la Iglesia primitiva y, en aquel entonces, la más profunda reverencia estaba reservada para los mártires, ya que habían ofrecido el sacrificio supremo por la fe.
Todas las anáforas (plegarias eucarísticas) mencionan la comunión e intercesión de los santos, pero SÓLO el Canon romano especifica que son sus méritos los que obtienen para nosotros la protección del Señor.
Hay otra lista de santos a la que ahora no haremos más caso. Pero a la que estamos tratando, y a la segunda lista, le daría forma definitiva San Gregorio Magno (s. VII).
Fue cuidadosamente construida tanto en su número como en su combinación de santos de importancia universal y de santos locales venerados, como ya se dijo, en Roma, como para acentuar la universalidad del Verbo que atrae hacía Sí a todos los hombres.
Fijémonos, también, que son citados, después de la Virgen María, y de San José (incluido en 1962), los Doce Apóstoles, con doce mártires, y que la suma de ambas listas da 24: el número de ancianos que están ante el Trono de Dios y del Cordero; y si las multiplicamos obtendríamos el resultado: 144, cifra que recuerda a los 144.000 hijos sellados de Israel que menciona el libro del Apocalipsis. Nos hablan, pues, ambas listas antes de la Consagración, de la plenitud del pueblo de Dios.
Lo importante, a pesar de ciertas variaciones tras la reforma de 1969, es que admitamos que el Canon es base de la fe, verdadero tesoro de todos los tiempos.
Ha sido la única plegaria eucarística de la Iglesia romana desde los siglos anteriores a San Gregorio Magno, hasta el final de la década de los 60 del siglo XX.
Es, verdaderamente, un legado apostólico que se debe recibir con amor, se debe conservar con celo, y se debe transmitir con diligencia (Peter A. Kwasniewski).