Tres grandes santas, dotadas de extraordinarios dones místicos e influenciadas espiritualmente por San Bernardo, florecen maravillosamente al calor de la devoción al Corazón divino de Jesús.
SANTA LUTGARDA DE BRABANTE (1182-1246), Monja Cisterciense. Tuvo visiones del Sagrado Corazón de Jesús. En una ocasión nuestro Señor le preguntó qué regalo ella deseaba y dijo: «Quiero Tu Corazón», a lo que Jesús respondió: «Yo quiero tu corazón». Entonces ocurrió un evento sin precedentes conocido: nuestro Señor místicamente intercambió corazones con Lutgarda. Santa Lutgarda fue una de las más grandes místicas del siglo XI y es una de las primeras propagadoras de la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Por eso ha sido célebre por sus éxtasis y revelaciones.
SANTA MATILDE de MAGDEBURGO (1212-1283), era ya una gran contemplativa cuanto tomó el hábito blanco del Císter. Escribió, además de poesías que son joyas de la literatura mística alemana, un libro sobre la luz que fluye, como un río, de Dios a las lamas, y en sus éxtasis contempló muchas veces a Cristo, que le entregaba su corazón en gaje de eterna alianza.
Dice Santa Gertrudis que, cuanto Matilde estaba para expirar y toda la comunidad oraba por la moribunda, vio ella, Gertrudis, que la Virgen, vestida con manto de púrpura, se inclinaba tiernamente hacia Matilde y la colocaba de forma que pudiese exhalar el último aliento hacia el corazón abierto de Jesucristo, allí presente.
SANTA MATILDE de HACKEBORN (1241-1299), tenía una voz angélica, por lo que le encomendaron el coro y la educación de las oblatas que recibía el monasterio. Alma límpida, tierna, encantadora, amiga del silencio, se sintió desde joven favorecida por el divino Esposo con carismas celestiales y con la visión del Corazón de Cristo glorioso y resplandeciente. Sólo al final de su vida comunicó estos favores a Santa Gertrudis.
SANTA GERTRUDIS, la GRANDE (1256-1302), fue, a la par que San Bernardo, la pregonera de la devoción a la humanidad de Cristo. Intelectual, ardiente, impetuosa, dominadora, que quedó transformada por la visión del Salvador en 1281 dedicándose desde entonces, más que nunca, a la oración y al estudio de la Sagrada Escritura, y de los Padres.
Rinde culto especialísimo a la Eucaristía y a la Pasión del Señor, teniendo siempre el corazón dentro de la llaga del costado divino y en continua comunicación con el Corazón de Jesús, que se descubre a sus ojos envuelto en luces triunfales.
Recibirá los estigmas del Crucificados, pero invisibles. Y poco antes de su muerte, su corazón es vulnerado con una flecha de amor.
Padeció continuos éxtasis. Muchos de sus escritos están llenos de precisa teología.