Celebración introducida por San Pío V (1566-1572) tras la victoria de la armada cristiana contra los turcos en Lepanto (1571); y bajo el título “María de la Victoria”, extendida a la Iglesia entera después de otra victoria en 1716.
La advocación del “Rosario” es más amplia que la devoción del rosario.
Santo Domingo de Guzmán fue el propagador de esta devoción.
En su día, por aparición de la Virgen, Santo Domingo entendió que la herejía albigense sería derrotada por el rezo del Santo Rosario. Así fue. Esta arma fue más eficaz que el ejército de cruzados que combatían a estos herejes.
Esta festividad tardó en establecerse. Fue en el siglo XVI con ocasión de la Batalla de Lepanto. De esta victoria tuvo revelación el papa San Pío V a la misma hora en la que los turcos eran derrotados, y quedó tan persuadido de que el triunfo era debido a la protección de la Virgen, cuya imagen iba en todas las embarcaciones cristianas, que instituyó esta fiesta bajo el nombre de “Nuestra Señora de la Victoria”, como lo anunciaba el Martirologio Romano.
Para empeñar la protección de la Virgen María en favor de la armada cristiana, el papa se había valido de la devoción del Santo Rosario, y por eso mandó que la fiesta de “Nuestra Señora de la Victoria” fuese al mismo tiempo la solemnidad del Santísimo Rosario.
El papa Gregorio XIII (1572-1585), convencido de que la victoria en Lepanto se debió a esta devoción, ordenó que perpetuamente se celebrase la solemnidad del Rosario el primer domingo de octubre en todas las iglesias donde se erigiese esta devota cofradía.
Clemente XI (1700-1721), agradecido a otras dos victorias de las armas cristianas contra los turcos (Salakemen y Corfú) durante su pontificado, después de haber publicado una indulgencia plenaria en Santa María de la Victoria, mandó que la fiesta del Rosario, limitada hasta entonces a las iglesias de los PP. Dominicos y a aquéllas donde hubiese cofradía de la misma advocación, en adelante fuese fiesta solemne de precepto para toda la Iglesia universal en el primer domingo de octubre, muy persuadido de que la devoción del Rosario era el medio más eficaz y más propio para agradecer a la Santísima Virgen los favores recibidos por su poderosa intercesión, y para empeñarla en que cada día nos dispense otros favores nuevos y mayores.
San Pío X (1903-1914), queriendo dejar libres los domingos de otras conmemoraciones, determinó en 1913 que la fiesta pasase al 7 de octubre.