Este Misterio de la vida de Nuestro Señor que se celebra en este día supone una visión anticipada del Reino.
Sobre una Montaña, ante tres testigos elegidos por Jesús: Pedro, Santiago y Juan, el rostro y los vestidos del Señor se pusieron fulgurantes como la luz.
Moisés y Elías aparecieron y le hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén en los días de su Pasión anunciada con anterioridad.
Una nube los cubrió y se oyó una voz desde el Cielo que día “Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle” (Lc 9 35). La nube indicó la presencia del Espíritu Santo.
Por un instante, Jesús muestra su Gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro de que El era el “Hijo de Dios vivo”.
Muestra también que para entrar en su Gloria es necesario pasar por la Cruz.
Moisés y Elías habían visto la Gloria de Dios en la Montaña, la Ley y los Profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia el Padre: el Hijo, Cristo, actúa como Siervo de Dios.
La Transfiguración, además, nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo, que transformará nuestro cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo. Pero, antes, es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.