La Resurrección de Cristo es esencialmente diferente respecto a la hija de Jairo, al hijo de la viuda, y a Lázaro.
En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte real a otra vida más allá del tiempo y del espacio.
Sigue siendo hombre, por tanto, con un cuerpo, pero glorioso.
En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, por lo que San Pablo dirá de Cristo que es “el hombre celestial” (1Cor 15, 35-50).
La Resurrección, entonces, es un hecho único en la historia. No se trata de un mero retorno a la vida, sino de una glorificación.
Ocurre en el mundo, pero no pertenece a este mundo temporal, sino al más allá. Por eso, no se narra en los Evangelios. Pertenece al Misterio de Dios.
De lo que ocurrió en la sepultura antes de la visita de las mujeres nada dicen los evangelistas; sólo el Evangelio de San Mateo narra la apertura de la tumba, y con un lenguaje apocalíptico.
Por último, cualquier persona contemporánea podía ver aquellas personas que Jesús resucitó, mientras que el Resucitado fue visto solamente por sus seguidores porque se manifestó delante de ellos, se dejó ver y tocas sólo por ellos.