Metiéndonos, por fin, en materia, diremos que, según la Sagrada Escritura, tres eran los momentos principales en los que el pueblo judío hacia su oración a Dios: por la mañana, al mediodía, y al atardecer.
Se puede comprobar en el Salmo 54, en el Libro de Daniel (Dn 6, 10), y en otros pasajes se cita el momento matutino y vespertino. Este último, con el tiempo, se desgajaría en un tercero que es el que entendemos por la oración del mediodía.
Hay relación entre la oración de la mañana y del atardecer con los sacrificios que se realizaban en esos momentos del día (EX 29, 38-42; Núm 28, 2-8). Los judíos se unían a esos sacrificios mediante la oración en público o en privado. Hay un texto de Esdras muy claro en este aspecto (Esd 9, 4-6). Y recordemos el momento del Anuncio a Zacarías, se nos dice “la hora del incienso” (Lc 1, 8-11), que podría ser a la mañana.
La oración del judío está compuesta de salmos y cánticos de la Sagrada Escritura.
Hay salmos indicados para determinados días, por ejemplo, el salmo 23, el primer día de la semana; el salmo 47, el segundo; el 81, el martes; el 93, el miércoles; el 80, el jueves; el 92, el viernes; el 91, el sábado.
El “Shemá”, considerado el armazón de la oración judía, estaba compuesto de dos citas: Dt 6, 4-8; 11, 13-21; Núm 15, 37-41.
Recitaban otra oración esencial llamada la “Tephillah”, que después, con el tiempo, se la conocería como las “18 bendiciones”.
El tema de la oración judía era Dios con todas sus perfecciones. Esta consideración provocaba en el fiel israelita sentimientos y actitudes de reverencia, adoración, confianza, gozo, gratitud, súplica, compunción. De ahí surgía el tema de la alabanza divina y del Templo como signo de la presencia de Dios en medio de su Pueblo.
Mañana, más.