LA FIESTA DEL CORPUS. ORÍGENES

by AdminObra

La fiesta del Corpus es una consecuencia del florecimiento del pensamiento eucarístico en el siglo XIII. Ya en el siglo XII se había introducido la elevación de la Hostia en el momento de la Consagración. Hacia finales del siglo XIII se manda o aconseja a los fieles que levanten la vista y contemplen la Sagrada Forma, haciendo un acto de fe en la Presencia Real de Jesucristo. Hacia 1240 empieza la costumbre de tocar las campanillas, para advertir de la elevación de la Hostia. En ese momento se coloca, en ese tiempo, el pueblo fiel de rodillas, y adoren así al Señor.

En este ambiente de exaltación eucarística a través de la liturgia y de la teología, después de las controversias eucarísticas de Pascasio y Ratramno (s. IX) y de Berengario de Tours (s. XI) ocurridas en los siglos anteriores, surgirá, a mediados del siglo XIII la fiesta del Corpus Christi.

La fiesta propia de la Eucaristía en la Iglesia antigua era la del Jueves Santo.

Los antiguos Padres la llamaban “Natalis calicis”, el día del Nacimiento del Cáliz.

Éste era el motivo de convertir en fiesta de alegría la Víspera de la Muerte del Señor. Cesaba el trabajo, se usaba el color blanco y en muchas partes se interrumpía el ayuno cuaresmal.

En Oriente, el Jueves Santo sigue siendo la única fiesta de Eucaristía, del Lavatorio y de la última oración de Jesús, la fiesta de los Misterios.

En Occidente tenemos como fiesta especial de la Eucaristía el jueves que sigue al Domingo de la Santísima Trinidad, a los sesenta días de la Resurrección.

Dios había revelado a Santa Juliana de Montcornillon, religiosa de Lieja, su deseo de que la Eucaristía tuvieses una fiesta propia. Se celebró por primera vez en Lieja en 1247.

El papa Urbano IV, que había sido arcediano de Lieja y conocía perfectamente las revelaciones de Santa Juliana fue el instrumento providencial para la institución oficial de una fiesta que había de hacer época en la historia del culto del Santísimo Sacramento.

Estando en Orvieto le fue presentado al Papa un corporal teñido milagrosamente de sangre en la Misa de un sacerdote atribulado. Este prodigio y otros parecidos, hicieron pensar seriamente al Pontífice las razones en favor de la nueva fiesta.

Los errores que entonces corrían contra el dogma de la Eucaristía hicieron también honda impresión, como él mismo dice en la Bula de Institución, “Transiturus de hoc mundo ad Patrem”, publicada en 1264.

La fiesta del Corpus Christi debe ser fiesta de amor y de alegría, donde se recuerda la muerte de nuestra muerte y la resurrección de nuestra vida, donde se llora gozando y se goza llorando, con lágrimas alegres y con alegría llorosa, lágrimas dulces que se derraman por los ojos de la fuente de un corazón creyente, amante y alegre.

Antes de morir y estando en Orvieto, había llamado Urbano IV a Santo Tomás y a San Buenaventura para que redactasen la Misa y el Oficio de la fiesta del Corpus.

Los dos santos religiosos se presentaron ante el papa con sus trabajos.

Dio comienzo Santo Tomás a la lectura de las lecciones y responsorios escogidos de la Sagrada Escritura. Cuando oyó los himnos y los cánticos, San Buenaventura no podía contener las lágrimas de devoción y consuelo. Y, cuando terminó Santo Tomás y debía él empezar, se arrojó a los pies del papa y le dijo “Santísimo Padre, al oír al hermano Tomás, me parecía oír al Espíritu Santo. Sólo El le puede haber inspirado pensamientos tan hermosos. Yo cometería un sacrilegio si quisiese imponer mi trabajo sobre estas tan sublimes maravillas. He aquí lo que resta de mi obra”.

Y, sacudiendo su túnica parda de franciscano, dejó caer al suelo los pedazos de su trabajo.