Hay una paradoja respecto a Santa Teresa del Niño Jesús y su doctrina espiritual, por la cual mereció proclamada Doctora de la Iglesia por San Juan Pablo II en 1997, y es que mientras todo el mundo sabe de su existencia pasada, su vida sigue siendo desconocida por muchos. Es la paradoja.
Su vida breve y sencilla nos puede llevar a engaño.
Almas pequeñas y sencillas ha habido a lo largo de la historia y las seguirá habiendo. Algunas las conoceremos para que nos inspiren. Pero Santa Teresa ha calado de un modo profundo. El filósofo Enmanuel Mounier consideraba a esta santa carmelita “una filigrana del Espíritu Santo”.
Santa Teresa ha sido una monja que vivió durante nueve años enclaustrada en un Carmelo desconocido en el norte de Francia.
Pío XI la proclamó patrona de todas las misiones en 1927, al igual que el jesuita San Francisco Javier.
Antes, San Pío X, la llamó “la santa más grande de los tiempos modernos”.
Su doctrina espiritual es absolutamente inseparable de su vida. En efecto, su “doctrinita” salió de los acontecimientos de su corta existencia.
La joven carmelita no escribió ningún tratado sistemático. Hay que recorrer todos sus variados escritos para poder elaborar una visión de conjunto, lo que explicaría la existencia de algunas variaciones en las muchas definiciones del camino de la infancia espiritual, corazón del mensaje de Santa Teresa de Lisieux que hunde sus raíces en el Evangelio.
Jesús será su “único Director”; San Juan de la Cruz, su “padre espiritual”, y la fundadora de la reforma carmelitana del siglo XVI, Santa Teresa de Jesús (de Ávila), le “suministrará” el molde de su vida de carmelita.
El camino de Santa Teresa del Niño Jesús es un camino en solitario. El Espíritu Santo guio con paso firme y presuroso su “carrera gigante” como escribió ella en su Manuscrito A. El Espíritu de Dios fue dirigiendo su corta existencia hasta interiorizarse cada vez más y más dentro de su alma, y, al mismo tiempo, de trascender de su humilde persona.
Santa Teresa tuvo conciencia de que, con el paso del tiempo, un día se iba a revelar en su existencia una historia de santidad. Para ella, la Comunión de los Santos era una realidad vital: toda su vida religiosa estaba arraigada en esa Comunión, y Santa Teresa no albergaba duda alguna acerca de la fecundidad que brotaría de su vida escondida.
Todos sus escritos, los Manuscritos autobiográficos, las poesías, el teatro, sus cartas, son escritos de “obediencia”. Escribió por obediencia. Muchas veces fueron encargadas por las carmelitas con las que convivía, o por mandato de la Priora. Escribe a la carrera, pues tiene poco tiempo. Pero de todos esos escritos manuscritos con premura surgirá una doctrina coherente y de transparente sencillez que requiere el examen de los teólogos más avezados.
Santa Teresa nos brinda un Amor único, el de Jesús, acrisolado en el fuego de la prueba de la fe y de la esperanza, y que produce un impacto decisivo en las vidas de quienes la van calando.
Después del Concilio Vaticano II, muchos han creído descubrir que grandes intuiciones de Santa Teresa, adelantándose mucho en el tiempo, eran próximas a los temas mayores del Concilio. Así es. Se halla presente en las grandes corrientes espirituales del siglo XX y ha inspirado a numerosos santos y beatos de los tiempos más cercanos a nosotros: San Rafael Kalinowski, san Maximiliano Kolbe, Beato Daniel Brottier, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Santa Isabel de la Trinidad, Santa Teresa de los Andes, Marta Robin, el Padre M-J Lagrange, el Padre María Eugenio del Niño Jesús…
También los papas del último siglo XX y comienzos del actual han sido en alguna medida “teresianos”.
Finalmente, desde el Carmelo, y ahora desde el Cielo, que para ella siempre fue lo mismo, sigue irradiando un fuerte ardor misionero al llegar a tantos corazones que aprenden y deciden seguir el “caminito” que nos amplió, el “camino de la santa infancia” que nos reconocer como hijos de Dios Padre.