LA ASUNCIÓN CORPORAL DE MARÍA A LOS CIELOS. Breve repaso.

by AdminObra

Haremos un breve recorrido histórico de la formulación futura del Dogma centrándonos en los autores eclesiásticos, a pesar del valor que hay que reconocer en los textos litúrgicos en el transcurso de los siglos.

Se puede decir, en atención a los estudiosos, que por lo menos desde el siglo IV aparece una tradición directa (incluso los siglos anteriores contienen testimonios sobre la Asunción de la Virgen) sobre María y su puesto en el plan de Redención.

Algunos estudiosos contemporáneos adujeron un breve párrafo de un sermón de un presbítero de nombre Timoteo de Jerusalén, en torno al 400 (otros lo sitúan a mediados del siglo VI). Este sermón, en definitiva, venía a decir que “la Virgen no murió”, y que había sido asunta al Cielo.

San Epifanio (310-403), sin decidirse por varias posibilidades que expone en una de sus obras: María murió, y fue sepultada; murió de forma violenta; o, continúa aún viviendo en esta tierra, afirmará, finalmente, para aseverar que carne y pecado no son idénticos, que la Santa Virgen ha sido asunta en cuerpo y alma al Cielo.

 

Una obra titulada “Transitus Mariae” creará una nueva situación. Este escrito proviene del siglo V, o finales del IV, incluso. Contiene narraciones fabulosas sobre la Virgen, su muerte, y su Asunción. Pero al ser incluido en el “Decretum Gelasianum”, a principios del siglo VI, como libro apócrifo, no se tendrá en cuenta su contenido. Así, se le saca todo rigor de genuinidad histórica a la hora de hablar de este Misterio mariano. Pero, a pesar de su admitida apocrificidad, no tiene porque ser herético. Simplemente, asumiría, de modo poético, algo que ya formaba parte del sentir de muchos. San Gregorio de Tours (538-594) se inspirará en él a la hora de escribir unas sentencias muy acertadas acerca de la Asunción, pero se le sacará valor al no ser considerada la literatura apócrifa como fuente de revelación.

El testimonio de San Modesto de Jerusalén (+634) se acogerá de modo muy distinto. En una obra escrita al respecto, que también depende de la literatura apócrifa, y que adornó con muchos rasgos legendarios, advierte que su doctrina de la Asunción corporal de la Madre de Dios al Cielo la debe no a los textos apócrifos, sino a las fuentes de la Revelación. Ante todo, a la tradición oral. Hablará de la Asunción como verdad revelada: “La gloriosísima Madre de Cristo Salvador, Dios nuestro, que es el dador de la vida y de la inmortalidad, vivificada por El, es compañera suya en la incorrupción eternamente, el cual la levantó del sepulcro y la tomó consigo de modo a El sólo conocido”, escribió este santo patriarca.

También se ha tenido en cuenta el testimonio de otros testigos como el arzobispo Andrés de Creta (+740), el patriarca Germán de Constantinopla (733) y San Juan Damasceno (749).

El último ofrece los testimonios más claros.

En sus tres homilías sobre María, funda su Asunción en la dignidad de Madre de la Vida y Nueva Eva. En la segunda homilía, afirma que María, la Madre de la Vida, no estuvo sometida a la ley de la muerte por el pecado, que debía conformarse a su Hijo en la muerte, pero que fue digna, también, de conformarse a El por la resurrección. A su muerte le faltó el aguijón, el pecado.

Desde el siglo X, la Asunción de María fue enseñada formalmente por gran número de teólogos.

En el “Mariale” (s. XIV), se declara, después de citar las razones de la Sagrada Escritura, Tradición, Liturgia y prueba teológica: “De éste y otros muchos argumentos y autoridades se deduce que la Beatísima Madre de Dios fue elevada en cuerpo y alma sobre los coros de los ángeles. Y esto lo tenemos por incondicionalmente verdadero”.

Santo Tomás, en su línea, siguiendo a San Alberto Magno, sostiene constantemente con la Iglesia que, junto al alma, fue asunto al Cielo el cuerpo de María.

San Buenaventura, casi al mismo tiempo que el anterior (s. XIII), sostiene como absolutamente cierto que del mismo modo que Dios preservó a María de la violación del pudor y de la integridad virginal en la Concepción y en el parto, así no permitió que su cuerpo se deshiciera en podredumbre y ceniza. Por eso dejará escrito: “Y de aquí puede constar que está allí (en la ciudad celestial) corporalmente, porque, en efecto…, la felicidad no sería plena si no estuviese allí personalmente, porque la persona no es el alma, sino el compuesto. Es manifiesto que, según el compuesto, es decir, según el alma y el cuerpo, está allí; de otro modo no tendría pleno gozo”.

Finalmente, San Pedro Canisio (s. XVI) decía “Esta opinión está ya en vigor desde hace algunos siglos; se ha cimentado en el espíritu de los fieles y ha sido aprobada de tal manera por toda la Iglesia, que los que niegan que María fue asunta corporalmente al Cielo no son escuchados con paciencia, sino ridiculizados como pendencieros desmesurados, demasiado temerarios, movidos más por espíritu herético que católico”.