Una vez que se realizó y se terminó del todo el Misterio de nuestra Redención, Jesucristo, subió al Cielo en Cuerpo y Alma, en cuanto era hombre; porque en cuanto era Dios, nunca se separó de él.
Subió a los Cielos por su propia virtud, no elevado por poder extraño.
No ascendió sólo como Dios, por la muy poderosa virtud de su divinidad, SINO también como hombre.
Esto NO pudo ser por fuerza natural. Imposible. Pudo ser por la virtud de que estaba dotada el alma gloriosa de Cristo, quien pudo mover el cuerpo como quiso, pues el cuerpo, que ya estaba dotado de gloria tras la Resurrección, OBEDECÍA fácilmente las órdenes del alma que l movía. POR ESTA RAZÓN CREEMOS QUE CRISTO SUBIÓ A LOS CIELOS POR VIRTUD PROPIA, COMO DIOS Y COMO HOMBRE.
Allí está “sentado a la diestra de Dios Padre”, es decir, tomó posesión firme y estable de la regia y suprema potestad y gloria que recibió del Padre. Esta gloria es tan propia del Señor que no puede referirse a otra naturaleza creada.
Conviene, Y MUCHO, hacernos notar, que todos los misterios de Cristo se refieren a la ASCENSIÓN como a su fin, y que en la ASCENSIÓN se contienen el cumplimiento de todas las cosas; porque, así como todos los misterios de nuestra Religión tienen su origen en la Encarnación, así en la Ascensión se concluye el tiempo de su vida terrena.
Todos los artículos del CREDO muestran la suma humildad y anonadamiento de Cristo, pues nada hay más humilde que el que el Hijo de Dios haya tomado la naturaleza y debilidad humana y querido padecer y morir por nosotros. PERO, al confesar que RESUCITÓ, y ahora que SUBIÓ A LOS CIELOS, no puede decirse nada más grandioso y admirable para expresar su gloria infinita y su divina majestad.