Hoy nos volvemos a encontrar con otro pasaje del profeta Jeremías, aunque de otro tenor respecto al de ayer miércoles.
Igualmente, en medio de una situación muy incómoda por denunciar la idolatría que se vive en el Templo de Jerusalén, y que le supondrán al pueblo el cautiverio que les acaba de anunciar Jeremías, les recuerda que deben confiar sólo y exclusivamente en Dios.
Las sentencias, llenas de un tono sapiencial, o de sabiduría, son contundentes: “maldito el que confía en el hombre”. Confiar en la gente es bueno, y debemos hacerlo, incluso a riesgo, en ocasiones, de ser vulnerados. Pero lo que advierte Jeremías va en otra línea. Maldito aquél que trata a una criatura como a un Dios.
Tantas veces ponemos, incluso en cosas nimias, una confianza excesiva que nos llena de falsa seguridad. Es un error, pues nos lleva a la exhibición, a la prepotencia. Al orgullo. Es un error moral serio, pero es un error porque empezamos a cavar nuestra propia desgracia, justo cuando nos parece que estamos en lo más álgido de la vida. Vanidad.
Los judíos buscaban alianzas, en aquel entonces, con pueblos extranjeros. No querían sufrir. A veces, hay que sufrir, y saber sufrir, y, si hace falta, aprender a sufrir. Confiando en el Señor. ¡Qué difícil! Pero es un camino seguro siempre.
Pero, somos tan complicadas las criaturas humanas. Así lo expresa Jeremías bellamente al final del pasaje de este día ¿Quién nos entiende?, que ni nos entendemos nosotros mismos.
Pero Dios ve nuestro corazón, y juzga según lo que ve en nuestro corazón. Su juicio, en este tiempo presente, puede ser un juicio sanador y cauterizador. Debemos ponernos “a tiro” de su juicio. Y debemos permitirle que “urge” en nuestro corazón. Debemos permitirle que sane nuestro corazón, que es lo mismo que decir que sane nuestra intención.
El pobre Lázaro supo aguantar y aguardar sin caer en la tentación de la maldición. Alguno dirá que reconocer esto como una virtud moral es una provocación. Pudiera ser. Y no debemos ser insensibles al dolor físico de los ajenos. Pero hay que decir que nos falta mucha fe, y por ello nos falta darle importancia a aquello para lo que fuimos creados: ser enriquecidos en el Cielo.