Consideración sobre el sacerdocio
El sacerdote sube cada día al altar para celebrar los sagrados misterios. La misa constituye el centro de su vida sacerdotal. Es la oración por excelencia y la fuente de su apostolado. Nuestro Señor aplica entonces a las almas los méritos que adquirió en el Calvario y mueve al sacerdote a que una sus sufrimientos a los suyos para continuar la obra de la Redención.
Nuestro Señor transmite la verdad a la Iglesia por la fe para hacer de ella una Iglesia orante, pues Jesús fue el gran orante. Jesús fue el gran orante durante su existencia terrena y ahora todavía en el Cielo. Está siempre presente para interceder por nosotros. Jesús es el gran orante. Por esto también la Iglesia, a imagen suya, tiene que ser la gran orante. Una fe que no conduce a la oración es una fe muerte.
La gran oración de la Iglesia es el santo sacrificio de la Misa, como la gran oración de Nuestro Señor Jesucristo fue su Calvario. Sobre la Cruz es donde fue el mayor orante, y el sacrificio de la misa constituye la gran oración de la Iglesia, a la cual ella pide que todos los fieles se asocien íntima y profundamente, adorando a Dios, adorando a Nuestro señor Jesucristo, adorando a su Creador y adorando a su Redentor.