Consideración eucarística
“Nada hay más grande y central en el culto de la Iglesia Católica que la oblación del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, bajo las especies de pan y vino, que constituye el Sacrificio de la Misa. Porque no solamente inmolamos al Dios eterno, vivo y verdadero que la revelación nos ha dado a conocer y adorar perfectamente, sino que tenemos en este sacrificio a un Dios por sacerdote y a un Dios por víctima.
Todas las grandezas de la persona de Jesucristo se encuentran en él reunidas; su PODER como Dios, su estado de inmolación como hombre; representándonoslo vivo para interceder por nosotros; y al mismo tiempo bajo los símbolos de la muerte para aplicarnos el precio de sus padecimientos; pontífice santo y sin mancha, más elevado que los cielos; cordero degollado desde el principio del mundo, cuya sangre correrá hasta la consumación de los siglos para borrar los pecados; SACERDOTE según el orden de Melquisedec con un sacerdocio eterno, oblación pura ofrecida en todas las naciones desde el ocaso hasta la aurora; he aquí el pontífice y la víctima que CONVENÍAN a la verdad y a la santidad de Dios”.
(Anónimo, s. XIX).