Consideración sacerdotal
“Pero Dios no abandona a su profeta. Igual que a su Hijo, en su angustia de muerte en el Monte de los Olivos, le envió “un ángel del cielo que lo confortaba” (Lc 22, 43), también a ti, su profeta, te agarra del hombre el ángel de Señor y te dice: “Levántate y come, pues el camino que te queda hasta el monte Horeb es muy largo” (1Re 19, 7-8).
En la sacrosanta Eucaristía, que los sacerdotes celebramos en el nombre de Jesús por y con toda la Iglesia, no sólo hay un ángel que nos conforta. El mismo Hijo de Dios, que ha asumido nuestra carne y nuestra sangre, nos ofrece la comida y la bebida como alimento para nuestra peregrinación al “monte Sión, la ciudad del Dios vivo, al Mediador de la nueva alianza, a las almas de los justos que han llegado a la perfección” (Heb 12, 22-24). La Iglesia es el rebaño de Cristo y el pueblo de Dios que peregrina hacia la Jerusalén celestial. Si los creyentes perciben la disponibilidad sacrificial de su pastor por la “salvación de sus almas” (1Pe, 2, 25), en nosotros deben reconocer el espíritu y la fuerza de Jesús, el pastor de los pastores y de sus ovejas. Recordarán la palabra de la Escritura: “El celo de tu casa me devora” (Jn 2, 17; Sal 69, 10)”.