Al Pueblo de Dios le es dada ya una participación en el oficio real de Cristo.
El carácter indeleble del Bautismo y de la Confirmación conforma con Cristo Rey del Universo, vencedor del poder de Satanás, del pecado y de la muerte. Según el “Pastor de Hermas” (siglo II), sobre la cabeza del bautizado era puesta una corona. Este uso se incorporaba sobre todo en las liturgias orientales.
La Corona, según la simbología bíblica, tiene todavía otro significado: LA REMUNERACIÓN ESCATOLÓGICA POR EL TRABAJO FIEL DESARROLLADO SOBRE LA TIERRA (2Tes 2, 19; 1Xor 9, 25). También la realeza de María contiene, por tanto, este doble significado: DIGNIDAD y RECOMPENSA.
El punto de partida en la Sagrada Escritura para la Realeza de María son los textos que ponen a la Madre de Dios en relación con el señorío de Jesucristo.
Esto sucede en particular en la historia de la infancia, según San Mateo, cuando en la figura de María se transparenta el papel de la Madre del Rey en la dinastía davídica (por ejemplo, en la Adoración de los Reyes Magos). Su poder consiste, entre otras cosas, en la intercesión (por ejemplo, la súplica de Betsabé en 1Re 2, 12-20). Mientras que la referencia a la Reina-Madre parece implícita en el Evangelio de Mateo, la acogida de la figura de la Reina-Esposa (Sal 45, y Ester) para la veneración de María se presenta más tarde en la liturgia.
El Proto-evangelio (Gn 3, 15) asocia a la Madre del Mesías a la Victoria del Salvador sobre la serpiente, también este texto es una referencia básica para la realeza de María.
En el Evangelio de Lucas, se deja claro, por medio de Isabel que María es la Madre del “Señor”, el que recibirá el “trono de David, su padre”.