- San GORGONIO, mártir. Roma. (203).
- San JACINTO, mártir. (s. inc.).
- San CIARANO, presbítero y abad. Hibernia. Fundador del monasterio de Clonmacnois, al lado del río Shannon. (s. VI).
- Santa MARÍA de la CABEZA, esposa. Castilla la Nueva. Esposa de San Isidro Labrador. Vivieron una vida humilde y hacendosa. (s. XII).
- Beato JORGE DOUGLAS, presbítero y mártir. York. Nació en Escocia. Maestro de escuela y ordenado sacerdote en París, bajo el reino de Isabel I. Fue al patíbulo por persuadir a otros a abrazar la fe católica. (1587).
- Beata MARÍA EUTIMIA ÜFFING, virgen. Münster. Pasó toda su vida sirviendo a los enfermos en la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de la Compasión mostrando su eximia piedad y benignidad. (1855).
- Beato PEDRO BONHOMME, presbítero. Gramat, Francia. Se distinguió por las misiones populares y la evangelización de los campesinos, y fundó la Congregación de Hijas de Nuestra Señora de Monte Calvario, para cuidar a jóvenes, enfermos y necesitados. (1861).
- Beato JACOBO DESIDERIO LAVAL, presbítero. Port Lous, Isla Mauricio. Después de ejercer algunos años de médico, ingresó como misionero en la Congregación del Espíritu Santo, desde donde llevó a esclavos negros la libertad de hijos de Dios. (1864).
- Beato FRANCISCO GÁRATE ARANGUREN, religioso. Bilbao. Jesuita. Se santificó practicando la humildad en el ejercicio de portero durante cuarenta y dos años. (1929).
Hoy recordamos especialmente a SAN PEDRO CLAVER
Claver fue un jesuita de origen catalán -su nombre de pila fue Pere Claver Corberó- quien, como misionero en Cartagena (Colombia), se convirtió en el protector de la población negra esclavizada y de todos los sometidos a la servidumbre injusta o a los maltratos. Vivió en el puerto de Cartagena de Indias (en ese momento el Nuevo Reino de Granada), tristemente célebre por haberse convertido en el centro negrero más grande del Nuevo Mundo.
Pedro nació en Verdú (España) el 26 de junio de 1580. A los 19 años fue aceptado en la Compañía de Jesús y años más tarde, con los estudios y la formación avanzada, fue enviado como misionero a Nueva Granada (hoy República de Colombia) y ordenado sacerdote en Cartagena en 1616.
En América, Claver se opuso a la injusticia de la esclavitud institucionalizada, por la que se comerciaba sin escrúpulos con seres humanos, destinados al trabajo forzado. Conceptualmente rechazó las teorías que no reconocían la humanidad de los negros traídos del África y condenó toda forma de maltrato hacia los denominados “etíopes” (nombre genérico con el que se denominaba a los africanos). Asimismo, tomó parte activa en la defensa de los indígenas, a quienes evangelizó con igual dedicación.
El ciclo forzoso por el que pasaban los hombres y mujeres provenientes de África implicaba una estadía en el puerto de Cartagena, a la espera de ser vendidos y trasladados. Mientras los nuevos esclavos se encontraban retenidos a la espera de su amargo destino, Claver los atendía, en especial a los que llegaban enfermos, hambrientos o heridos. Llegó incluso a organizarse en los días previos a la llegada de los barcos negreros, almacenando provisiones que él mismo recaudaba para los que habrían de arribar.
Una vez anclada alguna nave, San Pedro descendía a las cámaras inferiores de la embarcación para repartir agua y algo de comer; atendía a los que presentaban signos de enfermedad y auxiliaba a los moribundos -era muy común que al menos la mitad del “cargamento” muriera en el trayecto-.
En aquellos lúgubres recintos, al principio ayudado de traductores, Claver habló de Cristo y bautizó a quienes lo aceptaban. Así, ganó muchas almas para Dios y les hizo conocer el amor que el mundo habría de negarles.
Pedro Claver se definió como “esclavo de los esclavos”, algo que le acarreó innumerables problemas. Se ganó enemistades entre las autoridades españolas y, evidentemente, entre los comerciantes de esclavos. Al mismo tiempo, no fueron pocos los fieles que cuestionaron su conducta, ni pocas las incomprensiones entre sus superiores y hermanos jesuitas.
A pesar de todo, el santo continuó con su obra apostólica, convirtiéndose en el gran profeta del amor evangélico, en el servidor que enseñó y encarnó el amor de Dios por los sencillos, los olvidados, los marginados. Por eso su testimonio de vida es invalorable.
Cargó su propia cruz y ayudó a otros a cargar la suya. Con sus actos interpeló a toda una sociedad y su sistema perverso al devolverle el rostro humano a quienes se les había arrebatado -incluyendo a los reos de las cárceles-. A estos sirvió como se debe servir al mismo Dios: sin que el odio, el rechazo o la enfermedad pudieran detenerlo. En tiempos de prácticas inhumanas, San Pedro Claver puso empatía y santidad.
Pedro Claver partió a la Casa del Padre el 9 de septiembre de 1654, después de haber pasado sus últimos años casi en el olvido, muy enfermo. Ese día, la población de Cartagena salió a las calles conmovida para encontrarse con su santo por última vez y rendirle los honores debidos.