- Santos SIMPRONIANO, CLAUDIO, NICÓSTRATO, CÁSTOR y SIMPLICIO, mártires. Panonia. Eran marmolistas. Por negarse a esculpir la imagen de un ídolo, fueron arrojados al río por orden del emperador Diocleciano. (306).
- San CLARO, presbítero. Tours. Discípulo de San Martín de Tours. Al lado del monasterio del obispo construyó una casa, donde congregó a muchos hermanos. (397).
- San DIOSDADO I, papa. Roma. Amó a su clero y a su pueblo y brilló excepcionalmente por su sencillez y sabiduría. (618).
- San WILEHADO, obispo. Bremen. Nació en Northumbría y amigo de Alcuino, propagó el Evangelio en Frisia y Sajonia después de San Bonifacio, y, ordenado obispo, fundó la sede de Bremen, que gobernó con sabiduría. (789).
- San GODOFREDO, obispo. Soissons. Educado en la vida monástica desde los cinco años, padeció mucho en su labor incansable de dar solución a las luchas en la ciudad entre señores y plebeyos, así como por su dedicación a la reforma del clero y del pueblo. (1115).
- Beata MARÍA CRUCIFICADA SATELLICO, abadesa. Piceno, Las Marcas. Clarisa. Extraordinaria en la contemplación del misterio de la cruz y enriquecida con carismas místicos. (1745).
- Santos JOSÉ NGUYÊN DÌNH NGHI, PABLO NGUYÊN NGÂN, MARTÍN TA DÚC THINH, presbíteros, y MARTÍN THO y JUAN BAUTISTA CON, labradores; mártires. Tonkín. En tiempo del emperador Thiêu Tri fueron decapitados por causa de la fe. (1936).
Hoy destacamos al BEATO JUAN DUNS SCOTO
Sacerdote, doctor sutil y mariano (1265‑1308). Juan Pablo II aprobó su culto el 20 de marzo de 1993.
Juan Escoto nació en Duns, en Escocia, hacia 1265, entró en la Orden de los Hermanos Menores hacia 1280 y fue ordenado sacerdote el 17 de abril de 1291. Completó los estudios entre 1291 y 1296 en París.
Luego enseñó en Cambridge, Oxford y París, como bachiller, comentaba las Sentencias de Pedro Lombardo.
Tuvo que abandonar la universidad, por no haber querido firmar una apelación al Concilio contra Bonifacio VIII, promovida por Felipe el Hermoso, rey de Francia.
Regresó allí el año siguiente para obtener el doctorado, con una carta de presentación del Ministro general de la Orden, Padre Gonzalo Hispánico, que había sido su maestro, en la cual lo recomendaba como plenamente docto sea por la larga experiencia, sea por la fama que se había extendido por todas partes, de su vida laudable, de su ciencia excelente y del ingenio sutilísimo del candidato.
A fines de 1307 Juan Duns Escoto estaba en Colonia, donde enseñó. Quizás no hay doctor medieval más sobresaliente que este franciscano escocés, que estudió en Oxford, enseñó en París, fue expulsado por Felipe el Hermoso porque no quiso firmar la apelación antipapal y murió en Colonia, a la edad en que los otros filósofos comienzan a producir, como si la llama del pensamiento le hubiese quemado la juventud.
El título de Doctor Sutil que le dieron, dice toda su sublimidad. Sus teorías sobre la Virgen y sobre la encarnación obtienen después de siglos la confirmación en el dogma de la Inmaculada Concepción y en el culto a la realeza de Cristo.
Elabora el misticismo pensante de San Buenaventura. Escoto es un metafísico y un teólogo.
Empleó su agudeza de ingenio en la sistematización de los grandes amores de San Francisco: Jesucristo y la Virgen Santísima. La posteridad también lo ha llamado Doctor del Verbo Encarnado y Doctor Mariano.
Tuvo numerosos discípulos y muy pronto llegó a ser y siguió siendo el jefe de la escuela franciscana, que se inició con el Beato Alejandro de Hales, se desarrolló con San Buenaventura, doctor Seráfico de la Iglesia, y llegó a su culminación en el Beato Juan Duns Escoto.
Su doctrina está en perfecta armonía con su espiritualidad.
Después de Jesús, la Virgen Santísima ocupó el primer puesto en su vida. Duns Escoto es el teólogo por excelencia de la Inmaculada Concepción.
El estudio de los privilegios de María ocupó un puesto importantísimo en su vida. En una disputa pública, permaneció silencioso hasta que unos 200 teólogos expusieron y probaron sus sentencias de que Dios no había querido libre de pecado original a la Madre de su Hijo.
Por último, después de todos, se levantó Juan Duns Escoto, tomó la palabra, y refutó uno por uno todos los argumentos aducidos contra el privilegio mariano; y demostró con la Sagrada Escritura, con los escritos de los Santos Padres y con agudísima dialéctica, que un tal privilegio era conforme con la fe y que por lo mismo se debía atribuir a la gran Madre de Dios. Fue el triunfo más clamoroso en la célebre Sorbona, sintetizado en el célebre axioma: Potuit, decuit, ergo fecit (Podía, convenía, luego lo hizo).
En Colonia, donde enseñaba, murió el 8 de noviembre de 1308.